La fiebre del Oro Purito
Publicidad impresa para el restaurante Oro Purito en Bandera 815, año 1943. Revista “En Viaje”.
Se anunciaba con soberbia como el “gran bar-restaurante” Oro Purito de Bandera 815, cerca de la esquina de San Pablo, en los años cuarenta. Era la misma dirección que, durante la década anterior, ocupaba un conocido club social de confesión centroizquierdista, espacio con sala de reuniones y una agenda de diferentes veladas organizadas por gremios, sociedades civiles y otras agrupaciones políticas vinculadas al Partido Demócrata. Posteriormente, el lugar comenzó a ser arrendado a negocios con patente de café o restaurante, caso que vino a ser el del Oro Purito ya en el actual zócalo.
El nuevo boliche estaba enfrente del American Bar, casi al inicio de la cuadra mágica de calle Bandera por su costado del oriente. Todo indica que el nombre del establecimiento apuntaba al título de la canción de 1939 de Nicanor Molinare, premiada con un segundo lugar en un certamen de Radio Cooperativa. La tonada, hoy consagrada y preservada entre la tradición musical chilena, sería popularizada después por artistas como Los Quincheros. Dice en su característico estribillo:
Ando buscando un tesoro,
un tesoro pa' mi china
y subo y bajo los cerros
a ver si encuentro una mina.
Oro purito, oro de ley
yo necesito para mi Chei.
Los picarones fueron bocadillos especialmente populares en el Oro Purito.
Lo único que quedó del Far West es la inscripción con su nombre, también en Bandera 815, en donde mismo estuvo también el Oro Purito.
La veta
aurífera se hallaba allí bastante consagrada en plenos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, viviendo a la sazón los que fueron, quizá, sus más
prósperos tiempos en el comercio recreativo. El establecimiento era atendido por sus propios dueños, además, ofreciendo características de restaurante, salón de té y bar impregnado inevitablemente de los éteres bohemios del barrio de entonces.
Por su publicidad confirmamos que el local permanecía abierto hasta las tres de la madrugada en las noches más alegres. De hecho, fue uno de los últimos negocios que lograron preservar la actividad bohemia en ese lado específico dentro de la cuadra, ya que la mayoría de los boliches que alcanzaron mayor duración en el barrio estuvieron por el costado poniente, enfrente de la misma calle.
El Oro Purito prometía a los visitantes licores finos nacionales e importados, carta de comida criolla y sabrosuras marinas como langosta, choritos y locos, abastecido por el cercano mercado, seguramente. En los días fríos volvía a su estrategia de ofrecer al público sus tan bien evaluados picarones y sopaipillas, con filas de compradores esperando su turno. Incluso decían que ambos productos estaban entre las mejores del comercio santiaguino de entonces, fritos en grandes cantidades y dentro de enormes ollas con aceite que, por varios años, impregnaron de olores dulces y fritangueros cada la temporada lluviosa.
Tras haber marcado con polvo de oro en la dirección de Bandera 815, el mismo espacio comercial pasó a ser más tarde la sede del Far West, otro de los míticos boliches de Mapocho.
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