El glorioso vuelo del cabaret Zeppelin

 

Publicidad del Zeppelin para sus eventos de Año Nuevo de 1956, en "Las Noticias de Última Hora".

El Zeppelin, mítico boliche del empresario nocturno Humberto Negro Tobar, tenía un fuerte y casi cegador brillo propio con seductoras divisas como “donde la noche es corta”. Fue un cabaret que aspiró algo de buen pelo en la escena bohemia, además, primero de su tipo en Santiago, precursor de los espectáculos nudistas y de los establecimientos tipo night clubs que aparecerán con más desenfado desde esos años.

El Zeppe, como lo llamaban muchos, estaba en Bandera 856 junto al edificio del ex Hotel Bandera. Su cartel luminoso lo señalaba casi enfrente de Aillavilú, pleno “barrio chino”. Había sido fundado hacia 1924 o 1925 por don Carlos Simón según autores como Osvaldo Rakatán Muñoz, aunque el mismo aseguraba que el cabaret cumplió 60 años en 1975. Simón era también el dueño del restaurante La Cabaña, atractivo para escritores e intelectuales. Nano Acevedo asegura, sin embargo, que el creador del Zeppelin fue en realidad el señor Ruggio Ardito.

Su primera dirección había sido en Bandera 848, en la desaparecida Galería Comercial Jorge Valdivieso Blanco, precisamente en donde había existido antes el Centro Joaquín Pinto Concha, club social en el que tenían lugar reuniones como las de la Asociación General de Empleados y la Cooperativa de Choferes de Chile hacia principios de aquella década, entre otras instituciones. En el mismo sitio se habían realizado algunas presentaciones especiales como las del Centro Artístico Pepe Vila, además, contando con una pastelería y salón de refrescos. Este local ya aparecía a la venta en 1923, entre avisos de prensa.

El establecimiento zeppelinero allí llegado contaba con salón, bar, comedores y cigarrería, siendo otro de los primeros en alinear el aspecto de la bohemia que iría tomando posesión del barrio con vecinos como fueron el Teutonia Chico, el Suizo, Las Torpederas y el Hércules. Según el peruano Luis Alberto Sánchez, quien parece haber conocido bastante bien al Zeppelin, este dirigible de tierra fue concebido “para gente de bronce y marfil”.

Fuera de su oferta gastronómica y coctelera, se daban presentaciones en vivo allí a las que asistían escritores y artistas, varios de renombre, visitado incluso por el pianista Claudio Arrau quien tocó jazz de forma espontánea acompañado por los músicos tras bajar del escenario la espectacular orquesta de Porfirio Díaz. Entre sus primeras estrellas reclutadas destacaron Los Gauchos Argentinos, trío compuesto por los artistas Copelli, Herrera y Bolignini. Animaría el presentador Nino Malerba, mientras la cantante argentina Sara Pradas, más conocida como Lily Arce, iniciaba parte de su carrera bajo estas luces, tomando más tarde labores también de anfitriona.

Muchas otras figuras pasaron por el local, que se publicitaba orgulloso como mid night club con un enunciado tentador: “El centro de reunión nocturna más simpático de la capital. Dos regias orquestas dirigidas por el maestro Juan Parra. Regias variedades internacionales”. Mario Oteíza también ejecutó allí la batería de los bailables y el maestro Manuel Contardo dirigía su propio conjunto.

Fue así como el negocio ganó un lugar de relevancia y reconocimiento en las páginas culturales de Santiago, reuniendo una ecléctica clientela proveniente desde la fauna mansa a la más chúcara que, según testigos como Oreste Plath, incluía “personajes encopetados, obreros, funcionarios, escritores, pintores, cantantes, vagabundos acunados por algunas horas sin distingo de clases sociales”. Cerraba en horas de la madrugada, ya cerca del amanecer, y más de alguna noche se pasó de largo para continuar con su servicio de restaurante mientras alumbrara el sol.

Con otra presentación de Los Gauchos Argentinos más la orquesta estable del Zeppelin, se inauguró para su ya numeroso público en la tarde del sábado 27 de febrero de 1926, un nuevo espacio llamado "Cabina Azul Reservada" de Zeppelin. La prensa informaba que este anexo era "de estilo colonial" y estaba ubicado en el número 856 de Bandera, a solo pasos del cuartel principal. El lugar vino a presentarse algo así como un "Zeppelin chico" o servicio complementario VIP que, en muy poco tiempo, cobró tal importancia que terminó siendo su casa principal y definitiva, mientras que la anterior número 848, al desaparecer el pasje comercial, fue ocupado por famosos centros culinarios como La Estrella de Chile y, mas tarde, por El Rey del Pescado Frito.

Del lado más bravo del Zeppelin, rasgo presente en prácticamente todos los sitios del “barrio chino”, se mofaba el cronista Tito Mundt:

Bastaba llegar hasta el local y sacar a bailar una niña de las que “hacían mesa”, para que se levantar rápidamente un capítulo completo de la sección policía que decía secamente:

- ¿Qué te metís vos, mocoso de porquería…?

No hay duda de que el lugar tenía cierta comodidad y encanto entre la oferta cercana a la Estación Mapocho, a juzgar de lo que escribieron autores como Juan Luis Espejo al mencionarlo en uno de sus “Relatos del Santiago de entonces”. Sus salas habían sido decoradas con figuras humanas por Diego Muñoz tras una sugerencia suya: adicto a las excursiones nocheras en esta misma calle, dejando sus huellas pictóricas también en el Hércules y el Teutonia, habría conseguido el encargo de los murales también en parte gracias a Neruda, quien insistía en presentarlo con truculencia como un afamado pintor ecuatoriano.

Muñoz trabajó así en el Zeppe casi como lo habría hecho un Miguel Ángel sobre los andamios de la Capilla Sixtina, siendo visitado por amigos durante las labores. En una de esas noches, llegó al lugar el crítico de arte argentino Herzel del Solar, conociendo su trabajo in situ.

En "La Nación" del sábado 27 de febrero de 1926, el joven club Zeppelin anunciaba la inauguración de una  "Cabina Azul Reservada" de estilo colonial en el cercano número 856 de Bandera, que acabaría siendo el cuartel principal del mismo cabaret.

Parte del personal del cabaret Zeppelin en 1938, en imagen publicada por "La Nación" a inicios de aquel año. El delgado señor de terno gris a la izquierda de la fotografía, de pie, es el famoso Negro Tobar.

Publicidad para el "teatro-cabaret" en "La Nación", 3 de julio de 1927,  con la presencia del maestro Franco como principal carnada. La dirección principal ya está señalada en el 856.

Publicidad para el cabaret y club Zeppelin en la revista "En Viaje" de FF.CC. del Estado, octubre de 1943, Santiago, Chile.

Más publicidad del cabaret en 1954: bailable, orquestas tropicales y chicas sexis, en "Las Noticias de Última Hora".

Anuncio en el mismo período, siempre con la orquesta tropical de Havana Cuban's como plato central, en "Las Noticias de Última Hora".

 

Escenas del filme "Tres tristes tigres", de 1968, rodadas al interior del cabaret Zeppelin.

El pintor cobró diez mil pesos por sus murales, aunque solamente la mitad la recibió en efectivo y el resto en crédito por cerveza que costaba un peso la botella, pero solo 25 centavos para Diego, por gentileza de la casa. Autores como Luis Enrique Délano en sus “Memorias” destacan, además, el que las decoraciones con figuras estilizadas las hiciera asistido por otros dos adictos al barrio y miembros del grupo poético y artístico Ariel: Fenelón Arce y Gerardo Moraga Bustamante.

Cuando el cabaret ya estaba en manos del Negro Tobar, este reforzó el carácter de centro de espectáculos y lo hizo saltar a su mejor época, la más celebrada. Este personaje era considerado impulsor de lo que reconocemos hoy como la bohemia “moderna” santiaguina y, según fuentes como el “Diccionario Biográfico Periodístico” (1962), fue socio de aquellas aventuras otro famoso empresario de espectáculos, don Enrique Venturino, el fundador de la Compañía Cóndor del género revisteril y después propietario del Teatro Caupolicán.

Uno de los primeros grandes aciertos de Tobar fue llevar un renovado gran elenco de variedades para sus funciones de día y medianoche. Y a pesar de que el Zeppelin era un cabaret en todas sus letras, a él no lo tentaban los negocios que estimara de desenfreno y vulgaridad: declaraba categórico que era mejor presentar mujeres en un traje elegante y sugerente que solo desnudas, llegando a decir que el strip-tease resultaba únicamente si se hacía con finura, algo "imposible" en Chile.

Imperdibles noctámbulos como Pablo Neruda, Juan Florit, Isaías Cabezón, Homero Arce, Lalo Paschin, Julio Ortiz de Zárate, Tomás Lago y Alberto Rojas Jiménez figuraron también entre los habituales del cabaret y sus barras. Fueron parte de las primeras generaciones de sus clientes provenientes desde la intelectualidad emergente, misma que tanto influyó en el barrio. Esto se prolongó por varias décadas con escritores, periodistas y artistas que no resistían las feromonas de tan surrealista sitio, cuya licantropía comercial lo mantuvo por largo tiempo como café-restaurante de día y boîte-cabaret en las noches.

Aparecía por allá también el periodista deportivo Renato González, Mister Huifa, quien escribió desde sus recuerdos algunos sabrosos episodios al respecto. Confesó así que, hacia 1930, pasaba con sus colegas en horas de la madrugada, en donde les servían “una cerveza por sesenta cobres”, así que terminaron siendo amigos de todas las chicas que trabajaban como copetineras adentro:

Nada igual que el Zeppelin del Negro Tobar con sus copetineras amitas. La Luchadora, La Voluntad del Muerto, La Dama Antigua, La Camiona, La Parralina, La Leona, La Guagua, La Chela de Pino, tiempos de la orquesta de Bonansco, de Camiletti. A ver, toquen una clásica y siempre “En un Mercado Persa”. Tiempos del Negro Sánchez, del Negro Brisset, del Cabro Eulalio, de tantos amigos que se fueron. Y era lindo ver a Fernandito bailando tango con la misma elegancia con que peleaba en el ring.

El destacado hombre de escenarios Rafael Frontaura también recordaba con pesada emoción propia al Negro Tobar y el Zeppelin, rememorando sus aventuras en “Trasnochadas”:

Una noche, en medio de un ambiente muy bullicioso de concurrencia bastante “emparafinada”, salió un muchacho, flaco y pálido, vestido de negro, a recitar “El Poema de la Guardia Civil”, de García Lorca, y cuando todos creíamos que lo iban a silbar y a tirarle botellas, la concurrencia le hizo un silencio sobrecogedor, lo escuchó con todo recogimiento y respeto, y al final lo ovacionó en tal forma, que el muchacho tuvo que repetirlo.

Cosas que solo se ven en Chile.

Dice Enrique Bunster, por su parte, que en cierto período “jóvenes y damas, después de una comida en el Golf, acogían con entusiasmo la idea excéntrica: ‘¡Vamos al Zeppe!’”. Y cuando esto sucedía, “los smokings y los tapados de pieles invadían un poco imprudentemente la sala cuajada de ojos escrutadores”. Pocos sitios en Chile han podido hacer ostentación de tanta democracia e integración.

Su historia no la escribió solo la reputación de la clientela o los artistas, sin embargo, pues trabajaban a la sazón más de 80 o 90 personas establemente en el Zeppelin, incluidos 12 músicos, 21 garzones, cerca de diez empleados y medio centenar de bailarinas y coristas. En una fotografía publicada por “La Nación” del martes 4 de enero de 1938, en donde se ve una parte del numeroso personal, ya pueden contarse 27 personas solo del staff principal. Uno de sus más famosos garzones sería después Miguel Fuentes, con destacada trayectoria en el mundillo de la atención en restaurantes históricos de Santiago como el Hotel Carrera, El Rosedal de Gran Avenida, el Lucerna, La Quintrala y el Tap Room Ritz, entre otros. La portería era resguardada por el Negro Manuel Moreno, quien tenía también la complicada responsabilidad de echar afuera a los borrachos odiosos, hasta hoy uno de los oficios más necesarios pero incomprendidos en la recreación de Santiago.

El Zeppelin fue también lugar de cena, presentación y de despedida de personalidades como las artistas coreográficas Hermanas Celindas, a fines de 1939, cuando volvieron a Buenos Aires tras intensas actuaciones en Chile. En febrero del año siguiente se ofrecía allí “El bataclán de amanecida” con la bailarina y cantante Lola Cortez, la folclorista Olimpia Le Roy, los tangueros chilenos Morelia Carreño y Emiliano Zorrilla, el rumbero cubano Rafael Hernández y la pareja danzarina Clarisse & Christian, con presentaciones en Europa y Estados Unidos de baile tradicional y moderno. Debutó en el lugar la artista Betty Aranda, la Alondra Chilena, quin ya traía reconocimientos internacionales cuando fue incorporada al show. Brilló también Olga Hatuey con baile y canto rumbero, y Giselle Chriss con danza clásica.

Con tan buen perfil comercial y recreativo, entonces, la prensa lo llamaba “Teatro-Cabaret Zeppelin”. Muchas de sus presentaciones eran transmitidas desde el club por vía radial, además. Dicho desfile de estrellas continuó siendo asombroso en los cuarenta, cuando actuaban establemente también la Orquesta de Jazz de Ubaldino Carvajal y el cantante Pangue, y la celebérrima Orquesta Típica De Franco.

Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. Por el costado derecho del encuadre se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin (con forma de dirigible).

Funcionarios de la Intendencia de Santiago fiscalizando los cabarets de Bandera, donde constataron "que esos recintos son frecuentados por individuos indeseables", según el pie de esta fotografía publicada por la revista "En Viaje" de 1940. Por las descripciones que se han hecho del interior del cabaret Zeppelin, sospechamos que podría tratarse de su local.

Junto a la Havana Cuban's, las sensacionales Helianna y Georgette eran las principales atracciones del Zeppelin en 1954, en "Las Noticias de Última Hora".

Algunas escenas del filme chileno de Raúl Ruiz, "Tres Tristes Tigres", fueron rodadas en el cabaret Zeppelin en 1968. Fuente imagen: Vostokproject.com.

Vista del local que había pertenecido al Zeppelin, hacia 2014, ocupado ya por una comercial importadora y exportadora. Se ubicaba al lado de otros establecimientos como La Estrella de Chile y El Hércules. El edificio del costado izquierdo es el ex Hotel Bandera, en cuyos bajos, donde está la entrada en arco al lado del ex local del Zeppelin, existió alguna vez la reputada sombrerería Olguín, hoy ocupada por un night club. Fuente imagen: Google Street View.

Los locales comerciales de calle Bandera, hacia 2012. Todos los que están tras la fila de árboles han sido demolidos y reemplazados. El que lleva el nombre de Aroma (tienda de perfumes) era el sitio que acogió en el pasado al cabaret y night club Zeppelin. Fuente imagen: Google Street View.

Cabe comentar que entre los músicos de De Franco destacó por entonces el cantante, instrumentista y posterior director viñamarino Luis Armando Bonansco (Bonasco, en ciertas fuentes), muy famoso en la década por interpretar tangos y canciones argentinas en general, y quien tomó un papel protagónico en el club especialmente tras dejar la gerencia Tobar. Bonansco falleció en 1956 sumido en la pobreza cercana al abandono, asistido por campañas de sus colegas y amigos como fue un espectáculo a beneficio en el Teatro SATCH, actual Cariola, poco antes de su muerte. Enrique Lafourcade alcanzó a verlo cantando tangos con De Franco, algo que desliza en su gardeliana novela “Hoy está solo mi corazón”.

Otro infortunado artista de la casa zeppelinera fue el cantante Jorge Abril (padre), fallecido poca distancia de allí al ser arrollado por un tranvía en la cuadra del 700 de Bandera. Es recordado por hacer conocida la canción “En Mejillones yo tuve un amor” de Gamelín Guerra Seura, artista convertido casi en un santo popular en la localidad del título, en su misma región natal hasta donde fueron “repatriados” sus restos, los que hoy tienen un altar propio en el panteón del cementerio mejillonino.

A mediados de los años cincuenta, el cabaret tenía en cartelera a la Orquesta Havana Cuban’s. La vedette y actriz cubana Yolanda Parolo despidió ahí su temporada en Chile, con una última presentación en 1954 compartiendo programa de show frívolo con la despampanante nudista Helianne. Otra rompecorazones era la sensacional bailarina Georgette, del principal show de la casa. La música del bailable, en tanto, iba cargo de la Orquesta Típica de Juan Cerfoglio y la Orquesta de Jazz de Eduardo González. Presentaba aún Malerba y cantaba en vivo Gregorio Castillo.

Para 1956, ya descollaba en su escenario Hortensia, primera bailarina de la orquesta del legendario Dámaso Pérez Prado. También relucía la danza tropical de Mara La Exótica. Los Demonios del Trópico tocaban con los maestros Malvil, Valdés y Pulido, en tanto, alternando con la Orquesta Típica de Carlos Ibarra. La voz todavía era puesta por el “astro” Castillo, y las risas iban a cargo de humoristas como el “hombre pájaro” Arturo Martínez.

La época dorada del Zeppelin ya mermaba, sin embargo, comenzado a irse a la baja poco a poco tal como sucedía a casi la totalidad del barrio después del medio siglo. Tobar había olfateado esto a tiempo, deshaciéndose de él muy a su pesar según decían, para dedicarse de lleno al Tap Room desde ahí en adelante. Tiempo después, ya anciano y retirado, atrapado en sus recuerdos y el de las fortunas dilapidadas, el elogiado ex empresario acabó sus días recluido en un hogar de beneficencia.

La filmación del clásico del cine chileno de Raúl Ruiz y Alejandro Sieveking, “Tres tristes tigres”, de 1968, incluyó como locaciones a varios paisajes beodos y centros bohemios de Mapocho, dejando uno de los pocos registros interiores que se conocen del inolvidable Zeppelin, durante aquella etapa. Esto fue justo cuando iba quedándose cada vez más solo en la cuadra y entraba ya en su último y debilitado tercio de vida, para ser precisos.

En el complejo y prolongado período del ocaso, el conocido innovador empresario nocturno José Padrino Aravena había participado de una de las sociedades que intentaron recuperar al Zeppe, pero su buen ojo falló esta vez y la experiencia resultó negativa. Aravena también se haría propietario de un boliche del mismo rubro: el night club Tabarís, fundado sobre los restos del cabaret Las Torpederas, antigua competencia del Zeppelin en aquella cuadra de calle Bandera. Tuvo un poco de mejor suerte entonces, aunque su ilusión de revitalizar al “barrio chino” resultó quimérica.

Después de su edad de oro, entonces, el espectáculo del Zeppelin era conducido otra vez por la cantante Lily Arce. Algunos antiguos clientes señalan que, entre las últimas manos propietarias o administradoras, había estado una otrora imponente ex vedette del ambiente, una tal Darci. Probablemente haya sido Ivette D’Arcy, quien estuvo ligada antaño a la enérgica escena argentina y a sus reflejos sobre las candilejas chilenas, incluido el Zeppelin. Lo claro es que la última regencia tuvo complicadas y contradictorias características, según se recordaba: llegó a ser la más deslucida, muy menguante, con presentaciones de bailarinas rollizas ya cercanas al retiro, recurriendo a ocasionales artistas de talento aunque muy distante a los tiempos luminosos de la boîte... Cosas bastante peores se contaban de él sobre esos días, de hecho; reales, inventadas o exageradas.

Sin poder soportar al peso del tiempo y la decrepitud, ni los alcances de la recesión mundial o los efectos de los toques de queda, el Zeppelin comenzó a bajar su vuelo dejando las puertas cada vez más cerradas, hacia las noches de 1982 y 1983. En una de esas ocasiones, la contracción fue definitiva y última, y no abrió más, salvo para anunciar al mundo su apestoso deceso, como lo haría una almeja muerta…

Quizá sea más preciso decir que el Zeppelin nunca más voló, pues el dirigible de Bandera que mostraba orgulloso su silueta en el cartel luminoso colgando al exterior, se desinfló para siempre sin que su espacio volviera a ser ocupado para la diversión bohemia. Por ironía del destino, el para entonces olvidado Negro Tobar fallecía poco después.

Como sucedió con varios otros casos de calle Bandera, entonces, el local se volvió una seguidilla de negocios menores: una tienda de ropa usada, un centro de llamados, una perfumería con mejor connotación que los ensayos previos y una importadora-exportadora. Fueron sus últimos ocupantes antes de acabar totalmente demolido en nuestra época, reemplazado por otro cubículo comercial que usa su misma numeración en la actualidad.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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