Las noches luminosas del American Bar

  

Situado en Bandera 808 cerca del vértice con San Pablo, al inicio de la cuadra de oro del "barrio chino" de la bohemia en Mapocho, el American Bar fue una sólida trinchera de diversión que combinaba características de fuente de soda, centro de espectáculos, café y restaurante. Se aparecía al paso del visitante como uno de los primeros de la cadena de establecimientos de ese tramo de Bandera que, en el costado poniente, alimentaron, iluminaron y mantuvieron las noches interminables de cervezas, cabaret, comidas a destajo, orquestas en vivo y copetineras paseando sus ya cansados atractivos entre los clientes.

Era aún la época romántica del tranvía corriendo por esa misma calle y con los ferrocarriles de la Estación Mapocho en su plenitud operativa, atrayendo músicos que llegaban al cubil con instrumentos al hombro para alegrar las noches. La cueca “Por esa calle Bandera”, mencionada por Roberto Castillo Sandoval en “Muriendo por la dulce patria mía”, recordaba al bar junto a otros célebres boliches de barrio desde los repertorios del grupo Los Chileneros y después con la pareja de maestros Pepe Fuentes y María Esther Zamora:

Me cantan cueca, sí
el Cule Zorro, el Cule Zorro
en American Bar
ahí me enamoro, ahí me enamoro.

Al Hollywood fuera
como tetera, como tetera.

Nacido en donde había existido también una casa comercial y agencia del diario “La Nación”, regentada por doña Clotilda Acuña hasta los años treinta, el nombre del American Bar provenía quizá de la “barra americana” que estuvo de moda a la sazón, correspondiente a las más surtidas y con carta amplia de tragos o cócteles. Como en el caso del bar homónimo de Valparaíso, sin embargo, los comensales de Santiago lo llamaron American a secas. Fue propiedad del comerciante de origen italiano Héctor Gioro, cuando comenzaba ya el apogeo de los dancings nocturnos y de las orquestas en vivo allí en la misma calle. Sus músicos estables o visitantes solían ser siempre de muy buen tono y de gran calidad, fuesen conocidos o debutantes.

En sus sabrosas memorias tituladas "Una mirada hacia atrás", el aventurero Jorge Orellana Mora describe un sorprendente pero muy desconocido hecho ocurrido en el mismo establecimiento, en sus años de reinado:

En otra oportunidad la noche santiaguina nos dio la oportunidad de disfrutar de una sorpresa increíble. Era noche de mitad de semana y estábamos bebiendo unas copas de tinto en el American Bar. No éramos muchos los parroquianos.

En el escenario, alguien interpretaba música de jazz. No le pusimos mucha atención. Vino el mozo que nos atendía y me dijo:

- Don Cucho, ¿qué le parece el pianista que hemos contratado?

Yo estaba lejos del escenario.

- No lo distingo bien, ¿quién es?

- Sabe qué más, don Cucho, es Claudio Arrau.

Y era Claudio Arrau. Oímos embobados más de media hora a uno de los mejores intérpretes de Beethoven, en un local de bailoteo y tragos, tocando música de jazz.

En varias otras ocasiones, alguna promesa musical amenizó aquel sitio y también grandes maestros tocaron algunos de sus primeros acordes en vivo allí, como el violinista Maturana cofundador con Andrés Sabella de la llamada Logia del Tango. Los artistas se rotaban entre los clubes de la calle, sea en los escenarios o las mesas. Una conocida figura del ambiente de Bandera tocó también allí con su orquesta, establemente según parece: el maestro Ángel Capriolo, quien aparecía también en el club bailable La Cabaña ubicado a sólo pasos del bar, en la misma calle.

Un pequeño artículo de la sección de espectáculos del diario “El Mercurio de Antofagasta” (“Armando Carrera”, 2008), informa por testimonio del propio Sabella algo más sobre aquellos talismanes humanos que frecuentaban el local. Lo hace al recordar la muerte del músico Armando Carrera, fallecido el 17 de septiembre de 1949:

En el “American Bar”, de calle Bandera, en Santiago, donde triunfaba el piano de Aurelio Mérida, hermano de Jorge “Choche” Mérida, nos juntamos varios antofagastinos, esa noche y, tras las primeras honras al “18”, el bandoneonista Ángel Capriolo, pidiendo silencio, habló a la concurrencia del músico que nos dejaba.

Las gentes entendieron que, por un instante, Armando se uniría a nosotros. Callaron. Dulcemente, la orquesta tocó el vals “Antofagasta”. La pista de baile permaneció solitaria y en penumbra. Concluida la pieza, vino un largo silencio. Miramos la pista de baile, con tristeza. La noche saludaba, pura y sutil, a uno de sus más finos adoradores.

Un antiguo bar, en pintura de John Sloane. Fuente imagen: portal Arthive.

Calle Bandera en 1924, en imagen del archivo fotográfico de Chilectra. Fuente imagen: sitio Amo Santiago.

La calle Bandera en postal de la casa fotográfica León. Se observa la fachada de la sede del diario "El Ferrocarril", en el número 39. El gremio periodístico estuvo muy vinculado a los más antiguos boliches del "barrio chino" de Mapocho. Fuente imagen: Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).

Vista de calle Bandera hacia el río Mapocho, esquina con San Pablo, en enero de 1927, con los trabajos de las líneas de tranvías. En la esquina derecha se observa la Botica Boston, y en la izquierda un restaurante no identificado, junto al cual (en su costado norte) estuvo el American Bar. Imagen del archivo Chilectra.

Aspecto del sector en donde antes estaba el acceso al American Bar de Bandera 808, después de la remodelación completa del inmueble.

El inmueble de la esquina de Bandera con San Pablo, en donde estuvo el American Bar, después de la remodelación completa del mismo.

De las cosas que más rememoraban entre quienes conocieron el establecimiento, destacan sus entonces famosas jarras de chispeante cerveza a buen precio, los vinos a destajo y los sabrosos platillos económicos con recetas de comidas populares. Aunque no tenía tan marcado el rasgo de club dancing nocturno como otros establecimientos vecinos, ciertos comerciantes del barrio recordaban mejor su período con orquestas de jazz, mambo o foxtrot, además de montar audaces shows en vivo con alegres y curvilíneas muchachas.

En el mismo año de 1949, el American asomaba también en revistas institucionales del gremio de los dueños de hoteles y restaurantes, figurando para entonces como el American Café bajo propiedad de la sociedad Gioro, Dameri y Cía. Ltda. Esto se puede verificar en la gaceta “Fontana”, órgano oficial del Sindicato Profesional de Fuentes de Soda, Pastelerías y Cafés. Varias veces es mencionado como el American Café, curiosamente, incluso en notas de prensa, algo que puede haberse debido a un intento de clausura sufrida en agosto de 1935, cuando las autoridades municipales arremetieron contra varios cabarets de Mapocho y San Pablo por problemáticos, como el propio American Bar y el entonces conocido club La Cascada de esa última calle.

En el mismo tramo de tiempo y fortuna fueron muy célebres allí algunas chiquillas paseantes habituales del barrio, de preferencia las que aparecían dispuestas a hacer pasajera amistad con los clientes, esperando ser invitadas. No eran sólo las copetineras que se sentaban buscando aumentar la ingesta de copas y consumo, como podría suponerse, pues hubo verdaderas divas con mejor pelo social, “mujeres de la noche” que iban solo por placer y audacia para buscar algún acompañante generoso.

Es de suponer que el American de Mapocho no llegó a tener la popularidad ni la audacia del gran bar homónimo en el puerto de Valparaíso, pero consiguió tejer una historia propia de varios tallos y hojas, alcanzando a tocar aspectos de arte, intelectualidad, música, folclore y bohemia… Y también el capítulo por las penas tras su partida, porque poco tiempo después del más redituable momento comercial alcanzando por el “barrio chino” antes de mediar la centuria, comenzaron a decaer las garantías de la bohemia de los dancings de Bandera, luego de la transformación de esta cuadra en sector más residencial y el alejamiento de la antigua clientela.

Con restricciones y exigencias encima, el American Bar se alejó paulatinamente de las fiestas de madrugada y sus noches musicales. De todos modos, había seguido ofreciendo espectáculos tipo night club subidos de tono por algunos años más de la fiebre beoda, en ciertos casos con arrojadas y célebres bailarinas según decían los viejos que alguna vez se apretujaban en su sala. Pero su amplitud como club de entretención se fue reduciendo notoriamente y así llegó el día del apagón, tras resistir estoico a las adversidades.

En diciembre de 1956, la propiedad aparece embargada por deudas de Gioro, Hernández y Cía. Ltda., entrando a remate hacia fines del mismo mes. En sus últimos tiempos de lucha contra la modernidad y ya en otras manos, enfrentándose a los nuevos escenarios de la noche, el American Bar se había contraído hasta quedar transformado en un restaurante de comidas caseras y de mucho ají, de acuerdo a lo que se recuerda, con algo de fuente de soda aún en su oferta.

Aunque conservaba algunas características que fueron parte de su identidad original, sin embargo, el local acabó remodelado y convertido en parte de un pequeño supermercado enclavado en esa misma esquina. Su actual aspecto es prácticamente irreconocible, por la misma razón.

Milagrosamente, o quizá socarronamente, tras la gran transformación de la esquina sucedida hacia 2007 se conservó en pie parte del muro del lado de calle Bandera, en donde antes estaba el acceso hacia el largo pasillo del ingreso al American Bar: ahora, si embargo, sólo conduce a un estrellón con la misma pared cerrada y sus recuerdos, tan frágiles en el eco orquestal de los tiempos desleídos.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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