Osnofla, el desairado bufón con tragedia propia

Luis Enrique Alfonso Mery tal vez fue más reconocible por el pseudónimo Osnofla, ese alias que hizo con su propio apellido invertido. Vividor y aventurero, vecino y parroquiano infalible del barrio Mapocho, sigue siendo reconocido hoy por algo más que un selecto puñado de investigadores del cómic chileno, entre los  que están quienes han escrito sobre él lo poco que hay disponible para reconstruir su vida.

Nacido en 1899, Alfonso Mery era un señor gordito de mirada inocente, siempre vestido de terno y pantalones con tirantes. Llegó a ser un talentoso periodista satírico, poeta y caricaturista de la editorial Zig-Zag, contemporáneo y colega de algunos de los mejores exponentes del oficio en Chile. Solía firmar también como OSN, Love de Pega, Chiri Moya y Baudelaire Gutiérrez. Documentación reunida por el periodista e investigador Emiliano Valenzuela, familiarmente relacionado con él, confirmaría que figuró también como redactor de la revista “Topaze”, pocos años antes de fallecer y cuando ya se hallaba residiendo en los bordes del Mapocho, específicamente en Morandé enfrente del actual Departamento de Teatro de la Universidad de Chile.

Alfonso Mery tenía un estilo gráfico parecido al caricaturista Pat Sullivan, autor australiano-estadounidense de la clásica tira Laura y del famoso gato Felix. Señala el estudioso del cómic chileno Mauricio García que sus inicios habrían estado en “Garabatos”, revista de humor con noticias en broma e ilustradas, publicación comentada alguna vez incluso por figuras como Pablo Neruda y Alfonso Calderón. También fue colega directo de grandes consagrados de estas artes como René Ríos Boettiger, el inmortal Pepo, y Jorge Carvallo, el célebre Jorcar.

En 1937, Osnofla había participado en otra revista llamada “Fantoches”, cuya temática era el periodismo y la crónica de espectáculos. Fue su principal colaborador con otros caricaturistas como Luciano Valencia y Mario Pekén Torrealba. En esta revista estuvo a cargo de una sección jocosa titulada “La farsa de los proverbios”. Ese mismo año se incorporó a la revista infantil “Campeón”, además.

Mucho de su obra quedó dispersa en esas y otras publicaciones, como puede deducirse, sin contar sus muchos encargos editoriales y particulares. La portada del libro “Fidel Cornejo y Cía”, por ejemplo, obra de Romanangel (Joaquín  Moscoso) con prólogo de Antonio Acevedo Hernández, en 1935, corresponde a una ilustración suya. La editorial de “Pobre Diablo” dirá después, homenajeándolo:

Alfonso, que fue desde su adolescencia un humorista para encarar la vida y para observarla, no obstante su pluma fácil y su cultura, no quiso imprimirle otro curso a su carrera literaria que la que le señalaba su índole satírica. Nunca escribió sino en broma, y su copiosa obra en prosa y en verso explotó nada más que los temas risueños y joviales.

Jorge Montealegre, otro recuperador de la obra de Osnofla, le dedicó un interesante artículo en la revista “Patrimonio Cultural” (“El famoso poema de un poeta ignorado”, 2000), señalando que trabajó también en revistas infantiles como “El Peneca” produciendo la viñeta “Dos Pelos y su abuelito”, concebida como publicidad para el clásico producto alimenticio Cocoa Raff. Otras participaciones importantes suyas fueron en revistas como “Sucesos”, “Monos y Monadas” y “Correvuela”. En 1944, además, estuvo en “La Familia Chilena”, gaceta donde decía el mismo autor en una viñeta del primer número, titulada “Los que hacemos cola”:

Sin ser candidatos somos víctimas de la cola eternamente. Cola para todo. Para las actividades más contradictorias, para cobrar un soñado cheque en el Banco o para empeñar un anillo en la Caja de Crédito; para poner un aviso buscando empleado o para solicitar un puesto.

Es el país de la cola. Hasta su configuración geográfica tiene el aspecto de la cola de América.

Espíritu de paciencia y resignación que llevamos en la sangre, y que nos da una magnífica justificación para pasar una o dos horas sin hacer nada, mientras nos llega el turno...

¿Dónde estuviste toda la tarde?... Haciendo cola para tal o cual cosa… Y no ha más que explicar. El 70% de la población de esta larga y angosta cola pierde su tiempo haciendo ídem (…)

Este espíritu de cola es la fuente de economía mayor que enriquece a las grandes organizaciones. Cada vez irán suprimiendo empleados hasta que aguante el público y las colas irán creciendo, creciendo interminablemente..., hasta que llegue un día en que haya un solo cajero en Arica y los últimos de la cola estaremos en Magallanes helados de frío, esperando que cambie el clima y mejore la temperatura la pasar por las provincias de más al Norte.

Una caricatura de Osnofla en sus días como colaborador y subdirector de revista "Pobre Diablo". Agradecimientos a Emiliano Valenzuela.

Izquierda: portada del libro "Fidel Cornejo y Cía", de Romanangel con prólogo de Antonio Acevedo Hernández, 1935, con ilustración de Osnofla. Derecha: viñeta humorística de Osnofla (firmando como OSN), republicada por Ergocomic.cl.

El viejo hotel de calle Morandé (al centro, el de fachada de ladrillo y zócalo con arcadas pintadas azules), en cuyo tercer piso pasó sus últimos días Osnofla.

Su más trascendente trabajo, sin embargo, fue una canción-copla que ha sido llamada impropiamente “Poema XXI”, aparentemente por Nicanor Parra o bien por el crítico Alone (Hernán Díaz Arrieta). El apodo alude a los “20 poemas de amor” de Neruda, personaje que estuvo muy vinculado a la difusión del mismo, además. Hay muchas nebulosas sobre esta singular pieza del género lírico, a las que intentaremos despejar un poco acá.

Dice aquel extraño pero feliz experimento, que llegó a ser considerado como una especie de canción popular en su época:

Fue una tarde triste y pálida
de su trabajo a la sálida
pues esa mujer neorótica
trabajaba en una bótica.

Cuando la vi por vez primera
una pasión efimera
me dejó alelado, estúpido
con sus flechas el dios Cúpido
que con su puntería sabia
mi corazón herido habia.

Me acerqué y le dije histérico:
- Señorita, soy Fedérico.
¿Y usted? Respondió la chica:
- Yo me llamo Veronica.

Y en el parque a oscura y solos
nos quisimos cual tortolos.
Pasó veloz el tiempo árido
y a los meses el márido
era yo, de aquella a quién
creía pura y virgén.

Llevaba un mes de casado
lo recuerdo fue un sabado.
La pillé besando a un chico
feo, flaco y raquitico.

De un combo la maté casi
Y a ella, entonces, le hablé asi:
“¡Yo que te creía buena y cándida
y has resultado una bándida!

Y el honor solo me indica,
mujer perjura y cinica,
después de tu devaneo,
que te perfore el craneo”.

¡Y maté a aquella mujer
de un tiro de revolver!

Como se ve, corresponde a una curiosa y jocosa retahíla de versos que Osnofla supo estructurar de manera muy particular, echando mano al recurso de forzar la acentuación al final de ciertas líneas para darle un ritmo propio. El resultado de tal esfuerzo fue esta obra que se iría transmitiendo principalmente por oralidad y declamación pública, aunque cultivando con este medio las imprecisiones y leyendas que rondan al mismo.

El irreverente poema tuvo por título “La Botica” (o “La Bótica”, mejor dicho), aunque se cree que su verdadero primer nombre habría sido “La eterna historia”. La intención inicial para su creación era que fuese recitado en intermedios de revistas teatrales, para las que Osnofla y su colega Raúl Figueroa, el recordado Chao, escribían a veces algunas piezas. Pero había ocurrido que el asesor literario de la revista en la que lo presentó con la expectativa de que fuera publicado, lo rechazó de inmediato por encontrarlo “una tontera de padre y muy señor mío” según comentaba su autor, años después.

A pesar del desprecio, Osnofla perseveró y así logró publicar aquellos curiosos versos en la revista “Familia”. Coke Délano se los pidió para imprimirlos a mimeógrafo en México, además, repartiéndolo entre los chilenos allá residentes, en donde causó sensación. Y agrega Montealegre al respecto:

Memorable fue cuando Pablo Neruda lo leyó en una comida en honor de Rafael Alberti. En la ocasión, el autor del Canto General reconoció una antigua admiración por el poeta-humorista, a quien dio a conocer en varios países. “Por mi intermedio -contó alguna vez- Osnofla es conocido en el extranjero mucho más que en Chile”. Y lo dejó en la memoria. Los amigos de Neruda recuerdan el poema como La botica, añorando cuando el vate se pintaba bigotitos, se ponía un pequeño sombrero y lo recitaba. Dicha imagen la revivieron incluso en el velorio de don Pablo.

Matilde Urrutia también recordaba la fascinación del vate con aquella obra, en “Mi vida junto a Pablo Neruda”. Valenzuela agrega, en nuestra época, que el futuro Premio Nobel solía recitarlo también ante amigos y con mucha emoción en el bar de su casa en Valparaíso y en el Club La Bota.

Lamentablemente, como el mal motejado “Poema XXI” trascendió más allá del recuerdo y la gratitud hacia su auténtico creador, se extendió un error ya casi generalizado: la creencia de que pertenecería al repertorio creado por Nicanor Parra, pues el antipoeta solía recitarlo con frecuencia en sus presentaciones declamatorias y quizá sin la precaución de advertir que pertenecía a Osnofla. Esto ha sido repetido en publicaciones serias, de hecho, y no ha faltado quien especula también que pertenecía a Neruda y que quedó fuera de sus “20 poemas de amor”, desde donde fue tomado “prestado” por Parra. La Internet se ha encargado de provocar más todavía estos resbalones, salvo por algunas fuentes bien informadas como las acá señaladas.

Casado y socio del círculo de periodistas desde 1946, Alfonso Mery vivió sus últimos años en el intenso barrio mapochino arrendando espacio en el tercer nivel de calle Morandé, en un hotel de fachada enladrillada con arcos en el zócalo y largas escalas de acceso, con maderas crujientes en cada piso. Este edificio se fusionó con el vecino Hotel Valparaíso o Nuevo Hotel, de la esquina con San Pablo. A su vez, era vecino por el ala sur con el demolido Palais Royal Hotel, hacia Rosas, por donde hubo algunos clubes, restaurantes y almacenes en espacios como el que fue ocupado tiempo después por el restaurante de colaciones y shops Olímpico, sagrado para quienes fueron estudiantes universitarios del barrio.

Actualización: "Los que hacemos cola", tira satírica ilustrada de Osnofla, para la revista "La Familia Chilena" N° 1 de Santiago, 1944.

El poema de Onsofla, interpretado por el locutor Hernán Inostroza Cerna.

La vida de Alfonso Mery en tan bohemio sector era modesta y sin ambiciones, señala Montealegre, sintiéndose rico teniendo muy poco alrededor:

Cumpliendo con sus cuartillas semanales, no había mayores pretensiones en sus escritos. No aspiraba a un sillón académico: "con una silla o un pisito me conformo", confesó haciendo de su modestia un chiste.

Sin embargo, el desairado bufón allí vivía un drama personal, lejos de la risa y de su ingenio: el alcohol había comenzado a destruirlo, como a tantos otros hombres de aquel vecindario había sucedido ya, por extraña recurrencia o sintonía malévola. A pesar de todo, Osnofla se presentaba animosamente a trabajar en cada jornada y siempre manteniendo su inagotable sentido del humor, algo que sus colegas siempre le reconocieron.

Sus últimas incursiones profesionales fueron en la revista “Pobre Diablo”, redactando textos hilarantes e ilustrándolos que firmaba como Chiri Moya. Las portadas de esta revista eran célebres por llevar la mano de Pepo, además. Estaba a cargo de una sección especialmente divertida: “El ring poético”. En aquellos días fue retratado en una caricatura editorial: aparece sosteniendo un vaso de bebida y con abultada nariz enrojecida, como denunciando a la misma fama que iba a liquidarlo.

Osnofla, el tenaz creador sarcástico, habitante sempiterno de barrio Mapocho y fundido hasta lo profundo de sí con sus luces y sombras, falleció en enero de 1949, reporta Valenzuela. Murió en casi completo olvido, salvo por la deferencia de sus colegas, viviendo esos últimos y tormentosos años en su habitación del hotel “inadvertido, casi solo, hecho pedazos por el ardiente vicio de Baco, certeza y precio que pagan los poetas amantes de la noche y la bohemia”, según describía su situación Valenzuela en “La Nación”, más de 60 años después.

García recuerda las palabras de Pepo para la despedida de su colega de trabajo en “Pobre Diablo”, revista que hizo también un homenaje póstumo a quien había llegado a ser su subdirector: “Sólo al final de su vida pidió permiso para descansar”, diría en la ocasión.

Amigos y colegas como Themo Lobos, Hervi, Máximo Carvajal, el mismo Pepo y otros leales continuaron recitando su poema o procurando asociarlo a su autor. Alone reservó un puesto a “La eterna historia” en su selección de “Las cien mejores poesías chilenas”, de hecho, que incluían a Neruda y Parra. Fue publicado también en la “Antología crítica de la nueva poesía chilena” de Jorge Elliott, en 1957. Años después, la revista “Alforja” de México lo publicó en un especial sobre poesía humorosa, en 2000.

Es un acto de justicia, entonces, insistir en la verdadera autoría del satírico y tragicómico poema con todo su humor negro y suma incorrección para nuestros tiempos, pero que tuviera tanto valor en su época entreteniendo a la bohemia nerudiana y, de paso, dando prestigio a otros autores ya consagrados o debidamente premiados en las artes, a diferencia de su legítimo autor.

Es un hecho: “La eterna historia” o “Poema XXI” pertenece enteramente a la creatividad del Luis Enrique Alfonso Mery, el olvidado Osnofla, morador de las noches de Mapocho y quien dejó este mundo consumido por la misma perdición que coronaba al barrio de aquellos incorregibles años.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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