Una Clínica para curar la sed
Recreación gráfica de un viejo bar, más o menos como era La Clínica en cierta época de su larga existencia.
Casi enfrente del alguna vez famoso restaurante Valparaíso, estaba otro negocio de barrio Mapocho con nombre curioso y una nutrida historia propia: La Clínica. De acuerdo a lo informado por Sergio Paz en “Santiago bizarro”, su vida inició cuando un conocido locatario en el sector del Mercado Central, don Pedro Dinamarca, instaló un casino en 1928 en el segundo piso de un edificio que pertenecía a la Sociedad Unión de Detallistas de Chile.
El bar-restaurante había surgido de la necesidad de disponer un espacio con características de club social para el grupo, siendo llamado con el extravagante apodo de La Clínica casi desde su inicio. Aunque había otras creencias al respecto, el sobrenombre que pasó a ser su identidad propia provendría de un hecho concreto: en el acceso al edificio de la sociedad, había una placa presentando la clínica dental del Dr. Fontecilla que funcionaba en las mismas dependencias, como también consigna Paz. Otros decían que era porque la cantina “mejoraba” a los curados con ataque de sed, sin embargo.
Posteriormente, la particular clínica de borrachines quedó anclada en su definitivo lugar de calle General Mackenna 1169, pasando a ocupar el mismo local comercial que antes había sido del Restaurante Central, cotizado entre los años veinte y treinta, además haber sido sede de banquetes de la Asociación Mutual de Dueños de Bares, Restaurantes y Hoteles de Chile hacia 1935. De este modo, La Clínica fue vecino del primer local que ocupó el también afamado Wonder Bar en el 1165, hacia mediados de siglo, ambos atrás del Bristol Hotel. En esta nueva dirección continuaría siendo el sitio de reuniones de la Asociación de Comerciantes Minoristas en la capital.
La Clínica tenía cierto aspecto que creeríamos como de casita de entretenciones con bar, con olor a humedad y esa decoración clásica que alguna vez fue típica de las viejas cantinas de Santiago, con mucha de la estética heredada desde el cambio de siglo. También mantenía algo de la habitual pretensión de elegancia que ronda intrusamente en el gusto criollo: atractivos ventanales de vidrio italiano y mesas de lingue de diez pulgadas de grosor, según precisó Paz, así diseñadas con el objetivo de destinarlas al juego de cacho sin tener que estar cambiándolas de ubicación.
Puede especularse que aquella preferencia en el mobiliario de La Clínica era, además, para que nadie acabase tirando sillas por las cabezas en las partidas de poker, canasta o brisca, pero confiamos en la versión del periodista. Y es que sus pacientes jugaron siempre allí largas sesiones de dominó, cacho y naipes, con pequeñas apuestas cuando sentían lejos la mirada de la ley y el orden.
Por la cantina pasaba un público ecléctico de jóvenes y viejos buenos para conversar cañas, más uno que otro folclorista del barrio hotelero alguna vez abundantemente abastecido de pasajeros desde la estación ferroviaria. En cambio, por las noches llegaban prostitutas casi hasta las puertas mismas del bar, quizá también adentro, esperando algún amante casual y remunerativo que las llevara hasta las habitaciones del entorno que siempre se veían solitarias y oscuras, a través de ventanas entreabiertas. Eran las famosas Balmaceda del Río, como las llamaban residentes y trabajadores de esos barrios, relacionándolas con su campo de acción entre el río Mapocho y la avenida Balmaceda, pero con una burlona connotación de apellido aristocrático y compuesto.
La especialidad de la barra en La Clínica eran los vinos, presentando en destacado los pipeños y las cervezas. Uno de los más cotizados y característicos de su carta era un pipeño tinto, por cierto, producto que se declaraba proveniente de Quillón. También ofrecía borgoñas, chichas, ponches y arreglados a precios bastante económicos, alejándose así de la oferta de comidas en sus últimas décadas de existencia.
La calle Sama, futura General Mackenna, en 1915. Imagen publicada por la revista "Zig-Zag" en febrero de aquel año.
Esquina de Mapocho (actual sector de avenidas General Mackenna y Balmaceda) con Ernesto Riquelme (actual Gabriel de Avilés), en imagen publicada por la revista "Sucesos" en 1916. Se observa que el edificio hotelero de la esquina con Bandera y que aún existe, ya estaba construido.
Edificio del Hotel Bristol en 1988, ya decadente y con la también venida a menos Estación Mapocho más atrás (Fuente: "Las Últimas Noticias"). La Clínica quedaba en el grupo de inmuebles a espaldas del ex hotel.
Sector de la avenida General Mackenna en donde estuvieron La Clínica, la primera casa del Wonder Bar y otros bares de Mapocho. Se observa atrás a la Estación Mapocho y, a la izquierda, parte del muro posterior del Hotel Bristol. Imagen del año 2010, aproximadamente.
En su mejor momento, La Clínica fue un lugar frecuentado por astros del pugilismo, algo que se debería a las visitas del campeón iquiqueño Arturo Godoy, quien había colocado una agencia de juegos de azar justo al frente y desde donde pasaba con regularidad a estas salas. Debe considerarse también la importancia que tuvo el cercano barrio veguino para la actividad boxeril, con célebres centros deportivos como el Hippodrome Circo de calle Artesanos, enfrente de la actual Plaza Tirso de Molina y el mercado homónimo.
Después, llegaron hasta esas mismas mesas viejas otras figuras del boxeo como Carlos Rendic, Jaime Motorcito Miranda y Martín Vargas. Y es que la relativa cercanía al barrio con escuelas como el histórico Club México de San Pablo, fundado hacia 1934 en el terreno que era antes de un barracón (por los residentes del Cité La Conga, del propio barrio), además de lo popular que esta actividad fue entre deportistas de los propios mercados cercanos, hicieron que Mapocho y el “barrio chino” siempre brillaran como algo atractivo para los exponentes del pugilismo.
En los años sesenta, La Clínica también era el lugar de reuniones del Grupo Literario Quilodrán, junto con El Manchado de calle Franklin (hoy El Manchao, en calle Chiloé). Esta cofradía, que fue una gran difusora para la obra del escritor Nicomedes Guzmán, estaba integrada por personajes de las letras como Ronnie Muñoz Martineaux, Sergio Macias, Eulogio Joel, Miguel Morales Fuentes, Salvatori Coppola y Oscar Vásquez, este último hijo del mismo Guzmán. Por su parte, Enrique Lafourcade menciona también al bar en "Cuando los políticos eran inteligentes".
La Clínica de los enfiestados con sus enfermos de jarana cerraba en horas de la noche. Ya en su última etapa de existencia y tras sobrevivir a la recesión, al fin de la actividad ferrocarrilera en Estación Mapocho y las infames restricciones ochenteras comenzó a cerrar hacia las 22 horas, excepcionalmente a medianoche en sus años finales, atendido por el hijo del fundador. El cierre y desalojo del cercano Terminal de Buses Norte en 1995, casi en su vecindad por el sector Amunátegui, parece haber afectado también al flujo de clientes en estos establecimientos del barrio.
Permaneció en aquel ritmo hasta el definitivo cierre del negocio y el final de aquellos espacios comerciales. Una furiosa demolición que se realizó en la cuadra después del cambio de siglo, la misma en donde se ubicaban esta cantina y su mencionado vecino el Wonder Bar, además de uno llamado Luquitas (o algo parecido), situado en los altos sobre La Clínica. Se contaba entre los garzones del barrio, sin embargo, que nadie más tomó el bastión familiar y que por eso este centro de atención de urgencia para borrachines se apagaría totalmente, sobrepasado y aplastado por el progreso.
De ese modo, el antiguo edificio fue reducido a una pila de escombros cerca del Bicentenario. Montones de madera apolillada y paredes desnudadas pudieron verse por varios meses allí y con escaso lucimiento, a un costado de los centros culturales de la Estación Mapocho y Balmaceda 1215. Un cartel de venta colgó por años buscando un nuevo destino a este terreno, hasta que se levantó allí un proyecto más bien sencillo de uso para los mismos.
No todo fue motivo de lamento, sin embargo: si bien se perdió La Clínica de Mapocho y de manera irremediable, el Wonder Bar sobrevivió a estos violentos cambios y se cambió hasta enfrente, cruzando la calle.
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