Memorias varias de la Hostería Antoñana
Publicidad para la Hostería Antoñana de Bandera 826, publicada a inicios de los años setenta, ya en sus últimos bríos de importancia dentro de la actividad bohemia local y cuando el “barrio chino” entraba en la irreversible decadencia comercial.
En el lugar donde estuvo por décadas la Hostería Antoñana, hoy se encuentran las galerías del Centro Comercial Santiago-Bandera, en calle Bandera 818 muy cerca de San Pablo. Estos pasajes y corredores pasaron por un largo período de decadencia y desde no mucho después de ser inauguradas, siendo sinceros, pero parece que nuevos aires han intentado limpiar sus escalinatas, rincones y barandales interiores.
La Antoñana fue otro de los cotizados y concurridos centros bohemios del “barrio chino” de Mapocho. El entonces distinguido rincón de alegrías tenía su dirección en Bandera 826, muy cercano a magnéticos lugares con la misma notoriedad noctívaga como su vecino el American Bar y, más al norte de la cuadra, el cabaret Zeppelin. Todos estos clubes de luces centellantes en sus fachadas compartían mucha de su clientela en el barrio y a las figurillas que visitaban sus atracciones en las noches perdidas de la capital; las de aquel Santiago extinto, diluido en el mar del tiempo. De esta manera, comensales, músicos y divas felinas intercambiaban sus paseos entrando por las puertas de uno y otro, según adonde apuntase el compás de sus almas.
En lo formal, el largo espacio ocupado por el establecimiento de la Antoñana tenía algo de dancing con mucho de cantina, de sala de espectáculos y de restaurante. Había sido bautizado así por uno de sus dueños fundadores, el español Félix Gómez: era un homenaje a su villa natal Antoñana, en la Provincia de Álava. Este nombre se mantuvo cuando el mismo local pasó a manos de un nuevo y visionario propietario, el palestino nacionalizado chileno Selim Carraha, quien procuró renovados bríos para la continuidad del negocio.
La Antoñana fue otro de los boliches más característicos y longevos del barrio de marras, situado en sus días de mayor explosión bohemia y energizante de aquellas veladas profundas. Tal vez sin ser de la generación pionera se trató, igualmente, de uno de los negocios que sentaron la cualidad del barrio de Bandera y la mantuvieron largamente vigente, cariz del que nada queda en nuestros días. También figura entre los que alcanzaron mayor duración allí, aunque gran parte de esos años hayan sido crepusculares.
En su buena y brillante época y cuando ya se calculaba un buen tiempo de existencia a la Antoñana, literatos como Andrés Sabella, Teófilo Cid y Rodó Vidal lo visitaban con regularidad, dejando una importante huella en el mismo sector de la cuadra así como el propio club las dejó en sus respectivas vidas. Es por esto que suele asomarse muchas veces el nombre de la Antoñana en sus respectivas biografías.
El local era reconocido también por la incontenible atracción hechicera que representaba para los varios periodistas entregados a las noches santiaguinas, incluidos los de la crónica deportiva como Renato Mister Huifa González, plasmando algo de los sápidos recuerdos del barrio en sus memorias. Por su lado, Florindo Maulén, alias Don Floro, alguna vez visitante frecuente de este sitio, aseguraba tiempo después que los periodistas de “El Diario Ilustrado” se reunían siempre en la mesa cinco del establecimiento, pues eran considerados amigos de la casa y presentados con redobles de tambores del baterista que tocaba con la orquesta en vivo (“El Mercurio”, miércoles 29 de octubre de 2003).
No todas las figuras llegadas a la Antoñana pertenecían al jardín literario, al gremio de los cronistas o la inocencia de los trabajadores callejeros, sin embargo: también llegaron allí rufianes legendarios como el Cabro Eulalio. Del mismo modo, hay memorias dispersas sobre la presencia de algunas de las varias copetineras y prostitutas que hormigueaban por el sector rasgando amores y presupuestos, como fue el caso de una apodada grotescamente la Masca Rieles. Eran las chiquillas habituales en el club y del “barrio chino” completo. Contaban que Eulalio tuvo aventuras con algunas de ellas, al igual que con conocidas bailarinas y artistas de los teatros nocturnos de entonces, las que solían rondar por ese y otros salones del sector ribereño.
La hostería también fue sede de encuentros sociales del Directorio General de Sub Oficiales en Retiro, realizándose allí eventos especiales de la institución como un banquete de junio de 1946 que sus miembros dedicaron al diputado Pedro Cárdenas Núñez. Por entonces, el parlamentario era también presidente de la Junta Ejecutiva Democrática.
A mediados del siglo, históricos artistas pasaban inflamando el escenario que estaba hacia el fondo del local. Además de las orquestas típicas, tocaban frecuentemente en el salón y en varios otros del barrio los músicos del Trío Añoranzas, compuesto por los maestros Humberto Campos, Jorge Novoa y Segundo Guatón Zamora, el maestro y autor de la inolvidable cueca “Adiós Santiago querido”. Quedaron por ahí algunos testimonios fotográficos de aquel hito en el espectáculo popular chileno.
Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. En el costado derecho del encuadre se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin. La Hostería Antoñana se ubicó en el primer edificio de fachada blanca que se ve llegando a aquella misma esquina.
Trío Añoranzas en la Antoñana, presentándose en junio de 1953. Fuente imagen: Grupo FB "Documentos y Joyas del Folclore Chileno".
Aviso sencillo de la Hostería Antoñana en agosto de 1954, diario "La Nación".
Jorge Salazar Torterolo con dos clientes amigos en la Hostería Antoñana, pleno "barrio chino" de la bohemia de Mapocho, a inicios de 1964.
Actual galería comercial que se levantó en el lugar que había pertenecido al
establecimiento en donde se hallaba La Antoñana. Imagen del año 2010, aproximadamente.
Otra estrella de la Antoñana fue don Egidio Huaso Altamirano, acordeonista folclórico que después, hasta su muerte en 2013, haría leyenda en el bar Las Tejas de calle San Diego. También habría tocado en la orquesta de la hostería el músico Ernesto Neira, quien desde su adolescencia estuvo ligado a este salón dancing y al antiguo centro de eventos de La Terraza del Parque Forestal (que existió sobre la desaparecida laguna, enfrente del Palacio de Bellas Artes), como se lee en las ilustrativas anotaciones del periodista de espectáculos Osvaldo Rakatán Muñoz.
En los años sesenta, cuando la Antoñana era administrada por un excéntrico personaje de la misma bohemia llamado Jorge Salazar, ya se presentaba a la hostería ofreciendo números de folclore y espectáculos de artistas como el dúo Los Camperos, con María de los Ángeles en la voz, además de la regia orquesta del maestro Bigote Flores, con el cantante Gregorio Castillo al frente. Había dulces sesiones musicales para el tango y la cueca, además.
Aunque el boliche siguió existiendo durante largo tiempo, su dirección en el 826 ya aparece compartida con el Bar y Restaurant Alemán en la “Guía automovilística de Chile” de 1967, por lo que hubo modificaciones en su espacio original que, además, era una especie de galería corta con otros establecimientos y altos. Posteriormente, al iniciarse las primeras grandes restricciones a la vida nocturna, empezaría a aproximarse también la debacle final del local: era su última y deteriorada etapa de existencia. Fue otra de las muchas muertes lentas de la bohemia mapochina, infelizmente.
Hacia sus años finales, todavía funcionaba un sitio llamado La Nueva Antoñana, que deducimos ligado al antiguo, obviamente. Fue este el lugar, además, en donde Rakatán Muñoz entrevistó al violinista Neira para los testimonios que transcribió en su libro de culto sobre las inolvidables correrías capitalinas, "¡Buenas noches, Santiago...!", cuando el músico ya tenía 65 años a cuestas.
No está clara en la frágil memoria del barrio lo que sucedió finalmente con el ex local de la edad dorada de calle Bandera, tras su cierre y retiro. Si para algunos aquel espacio habría alcanzado a servir después a una tienda de ropa usada y, más tarde, a un centro de llamados, agencia o algún negocio parecido, para otros cayó sin intermedios temporales con el terremoto de 1985 y la propia senilidad estructural que cargaba. Lo seguro es que acabó siendo demolido, borrado casi con vesania de la faz del paisaje en barrio Mapocho.
Ocupando su lugar en la cuadra, entonces, se levantó el soso actual edificio con las galerías del Centro Comercial Santiago-Bandera en sus primeros niveles, con pasillos y coloridas luces zumbantes que en otra época se identificaron, muy especialmente, con pequeños cafés topless y los posteriores cafés con piernas. En los departamentos superiores de este mismo sitio vivió por algún tiempo el otrora millonario productor de espectáculos y de boxeo Ricardo Liaño, empresario cubano-español famoso en los setenta y ochenta por sus labores y excentricidades, pero quien terminó sus días en la miseria, arruinado y lleno de ideas delirantes para recuperar la fortuna, morando otros opacos rincones del barrio Mapocho hasta su muerte acaecida en 2004.
Como era esperable, una nueva generación de comercio popular se estableció en aquellas galerías diseñadas con lógica de terrazas y caracoles, pero muy diferente a la oferta que permitía las maravillosas vigilias del pasado en el mismo lugar.
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