Las aventuras ribereñas de Mister Huifa

 

Renato González Moraga, Mister Huifa (1903-1989). Imagen reproducida por Arturo Flores Pinochet en “Semblanzas literarias”.

“Soy de la chusma”, solía decir Renato González Moraga, más conocido por su pseudónimo Mister Huifa. Con esto, realzaba su extraño enredo de origen y destino con el populacho, pese a ser uno de los primeros periodistas deportivos realmente consagrados del país, además de futuro cronista y comentarista del Mundial de Fútbol de 1962.

Fue querido, aunque él quería poco... Apóstata insoportable pero respetado, aunque a veces no respetó al prójimo con sus irreverentes comentarios, llegando a ladrar en la cara al no menos admirado Julio Martínez, medio en broma y medio en serio: “Felizmente, lo perfecto no existe, porque si existiera usted sería el perfecto imbécil” (ver “Las Últimas Noticias”, lunes 8 de junio de 2009).

González Moraga acumuló 60 años de abultado currículo en medios como “El Mercurio”, Radio Cooperativa, Radio Minería, Televisión Nacional, UCV Televisión y Canal 13, siendo galardonado en varias ocasiones. Además de su devoción por el boxeo y de ser el verdadero creador de la frase de elogio deportivo “¡Me pongo de pie!”, vivió con intensa fidelidad la vida nocturna en sus tiempos más jóvenes, y con todos los lances que podía ofrecer por entonces barrio Mapocho. Y no podría esperarse otra cosa de él, adicto a la diversión popular y hasta por los credos incendiarios del populismo apasionado, pero también de los placeres canallas del buen vividor santiaguino, encontrando la epifanía en un buen vino, un café acompañado por chiquillas o un sanguchito suculento con el schop al lado.

Siendo muy joven, Mister Huifa había vivido en calle Maipú entre avenida Mapocho y Andes, hacia el barrio Yungay. Decía acudir por entonces a “una filarmónica que quedaba en calle Herrera, entre San Pablo y Rosas”, local llamado La Instructiva Obrera, en donde compartía con chicas modestas pero serias que iban al club “acompañadas de sus mamás y luego los reservados con venta de números o con venta de pasteles, y los remates de ramos de flores con derecho a bailar un reservado”. También era adicto a las peleas ribereñas del Hippodrome Circo, un famoso coliseo pugilístico de calle Artesanos en pleno barrio veguino, convertido en el Teatro Balmaceda en los años treinta.

González había llegado al periodismo tras ser descubierto por Byron Gigoux, director de “Las Últimas Noticias”, quien estaba entre el público de un combate de boxeo al que aquel asistió acompañado de su amigo Renato Pizarro, del “Diario Ilustrado”. Era tal su pasión para criticar a los peleadores y lanzar combos imaginarios con gesticulación histriónica y gritos mientras presenciaba la lid, que al observarlo Gigoux decidió ofrecerle escribir con esa misma energía en el diario, desde 1928. Después, comenzaría a firmar sus crónicas como Mister Huifa, su alter ego.

Como reportero veinteañero de medios impresos, entonces, inevitablemente se involucró con la bohemia del “barrio chino” de calle Bandera y sus márgenes. “Las memorias de Míster Huifa”, que publicara solo tres años antes de su muerte, resultan particularmente útiles para completar esa semblanza con los locales más famosos del sector, en especial con el capítulo titulado “Los puertos de la noche santiaguina”. Allí, González extracta desde sus apuntes mentales aquellos episodios vividos entre 1928 y 1931.

Visitando incesantemente los boliches más extraños de aquellas cuadras y años, se entregó por entero a los dictados de su tendencia a escribir de noche y dormir de día. Sus aventuras empezaban en la medianoche y terminaban con la salida de sol; la misma mañana que espantaba a Drácula, a Nosferatu y, desde ese momento, a Mister Huifa. Fue un Homo mapochensis neto: ejemplo perfecto de esa clientela perdida entre cafés, cabarets y boîtes, formando parte de la identidad del barrio y, a la vez, empapándose con la del mismo.

Publicidad para el cabaret y club Zeppelin en la revista "En Viaje" de FF.CC. del Estado, octubre de 1943, Santiago, Chile.

Vista de calle Bandera hacia el norte, esquina con San Pablo, en enero de 1927, con los trabajos de las líneas de tranvías. Imagen del archivo Chilectra.

Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. Por el costado derecho del encuadre se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin (con forma de dirigible).

 

Calle San Pablo en la cuadra del 900, entre 21 de Mayo y Puente, a espaldas del Mercado Central. Imagen publicada en el diario "La Nación" del 18 de septiembre de 1938.

Renato González en sus últimos años de vida, retratado en sus memorias de 1986.

Las andanzas de don Renato incluyeron a establecimientos como el club "filórico" Shangay, de Bandera enfrente del suntuoso edificio Capuchinos, y al famoso cabaret Zeppelin encendiendo la otra cuadra. Sus correrías llegaban a cruzar el río, de hecho, explorando también la intensidad de la noche más brava en La Chimba:

Pero también me acuerdo que una noche fuimos con el gordo Lazcano a un cafetucho más rasca que los de costumbre, al otro lado del Mapocho y allí nos encontramos con una novedad porque las tazas, los platillos y los ceniceros y creo que hasta las cucharas estaban sujetas a la mesa por pequeñas cadenas y era una excelente precaución del dueño del boliche, porque los parroquianos solían llevarse todo eso de recuerdo, es claro.

Ubicado en los deslindes del “barrio chino”, otra extraña guarida mencionada en sus memorias fue el llamado Café del Mexicano. Aunque nadie estaba seguro de que ese fuera su nombre real, se encontraba en San Pablo con Morandé y era propietado por “un ñato medio mampato” apodado entre sus concurrentes, precisamente, como el Mexicano.

Aquel sujeto era dócil: fiaba a González y a su grupo de colegas periodistas, los que siempre parecían andar menesterosos y cortos de dinero. Sin embargo, el charro putativo tenía una hermosa mujer que ayudaba a atender los pedidos del local y que llamaba fuertemente la atención de los clientes, solo hasta donde la vista y el “dueño” (del café y de la fémina) lo permitieran. Y es que, a pesar de su personalidad agradable y desprendida, el Mexicano era un hombre fuerte y ancho, quien en más de una ocasión había sacado volando a algún ebrio odioso o pendenciero, personajes infaltables de la fauna nocturna nacional.

El futuro prócer de las comunicaciones solía visitar otro establecimiento llamado extrañamente Sí, Sí… Es mi Nena, por el mismo sector de San Pablo hacia el poniente. Pocos nombres en la historia del comercio santiaguino han sido tan curiosos, correspondiendo quizá a una popular canción esos años, aunque había también un filme así llamado, proyectado en el Teatro Principal hacia 1928 e intercalado con números de Los Cuatro Huasos durante la función. El célebre periodista igualmente bohemio de cuerpo y alma, Raúl Morales Álvarez, escribió a la pasada que el nombre del bar era Sí, Sí, mi Nena, en uno de sus textos de la antología publicada por el Centro Cultural El Funye, artículo titulado originalmente “Los boliches y los nombres”.

En el interior de aquel bar y restaurante, la administración tenía colgado un cartel todavía más intrigante, con el sencillo pero conciso mensaje: “Se prohíbe chacotear”… Cuando González y su grupo consultaron por el objetivo de semejante señal a la dueña del establecimiento, “una gorda de senos opulentos que debió haber sido macanuda de joven”, ella respondió insólitamente: “¿Saben? Es que la última vez que los chiquillos se pusieron a chacotear, mataron a cinco. ¡Vaya chiquillos chacoteros!”.

En los altos de calle Bandera llegando a Aillavilú, en tanto, en un antiguo inmueble de ese sector estaba instalado otro singular café de trasnochada llamado París de Noche, que también encantaba al ambiente bohemio del barrio y al propio periodista y su pandilla. Recordando sus pasos allí, González aseguró que el café flotaba con un segundo piso hasta donde asistía la tropa de colegas. Llegaban atraídos tanto por el nombre del boliche como por las copetineras que solían acompañarlos:

Casi al frente del Zeppelin, pero más cargado hacia Mapocho, había un café que nos gustaba mucho, tal vez por el embrujo de su nombre para nosotros que soñábamos con la Ciudad Luz como que se llamaba “París de Noche”. Tenía un altillo que era nuestro refugio en las duras madrugadas de invierno y allí, después de las cuatro, solían caer algunas muchachas del cabaret que no encontraron un cliente o un amigo que las invitara a comer al Periodistas Chico.

El aventurero Renato González Moraga, o el querido Viejo Huifa como le decían sus amigos de generaciones más jóvenes, falleció tranquilamente y en silencio, aunque bastante olvidado por el medio periodístico, cuando ya había pasado los 85 años de vida. Su deceso acaeció en una tarde de junio de 1989, dicen que mientras dormía su siesta.

Mister Huifa, el mítico cronista deportivo y con un pasado trasnochador sin parangones, jamás recibió el Premio Nacional de Periodismo a pesar de que muchos intentaron proponerlo como digno merecedor, negándoselo en todas esas ocasiones o estrellándose con las indiferencias por razones que nunca han sido aclaradas, si acaso las hubo.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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