Jorge Salazar: otro personaje de las noches olvidadas

 

Fotografía con la típica actitud e imagen de Jorge Salazar Torterono dentro de la Hostería Antoñana, cuando era el administrador del establecimiento.

Desde fines de los cincuenta y durante la mayor parte de los sesenta, cuando la Hostería Antoñana aún era visitada por integrantes del círculo intelectual de regalones en Bandera 826, el administrador del establecimiento era otro conocido y divertido personaje muy apropiado para ese mismo ambiente nocturno del Santiago clásico: el elegante Jorge Salazar Torterolo, un bohemio pertinaz, amante de Gardel y con las más extrañas aventuras a cuestas, aunque después también haya caído en el más completo e insuperable socavón del olvido.

Contador de profesión, fumador de carácter nervioso y con una pequeña tartamudez, era un hombre grueso pero de modales señoriales, al que siempre veía pulcramente vestido en terno blanco o gris oscuro, casi con una mixtura entre gánster de Chicago y émulo de tanguero porteño. Salazar fue el amigo de todos, además, y algo así como pródigo recepcionista de las muchas figuras que iban a aquel boliche del "barrio chino". Siempre se lo podía hallar instalado en la que era su mesa favorita dentro del establecimiento, una de diseño redondo y próxima al mesón del bar

En aquel distinguido sitio, entonces, don Jorge solía esperar a sus cercanos o más conocidos, tranquilamente sentado, pañuelo blanco al bolsillo y en estampa perpetuamente caballerosa. Con frecuencia, invitaba a los recién llegados a tomar asiento en su propia mesa y con una frase típica que ya era su saludo alternativo: “¿Quieres servirte alguna cosita?”.

Don Jorge era una rareza, en muchos sentidos. Provenía de una familia un tanto inclinada a las artes plásticas, pues era hermano del paisajista Rubén Salazar y primo de los también pintores Luis y Fernando Torterolo. Solo su hermano Mariano, quien peleaba en las luchas del famoso show Cachacascán de don Enrique Venturino interpretando a personajes guerreros como el Gorila Chileno o el Hombre Araña, coincidía un poco más con el perfil de esta inquieta oveja negra y anomalía antropológica dentro del numeroso clan.

Otra curiosidad del macizo administrador de la Antoñana es que tuvo fama de ser bueno para los combos y con arrojada temeridad cuando alguien lo sacaba de sus casillas, aunque esto no era un rasgo muy extraño en la etnografía de la brava calle Bandera. En realidad, dicha característica parecía más una condición necesaria para la supervivencia de sus más asiduos moradores y visitantes. No había que engañarse con su carácter cordial en el boliche, por lo tanto, ni con sus modos finos o sus blancas manos más bien pequeñas que, según él, servían para "pegar mejor" usando la misma lógica de los tacos agujas del calzado femenino cuando se clavan en el arena, a diferencia de los gruesos.

Jorge Salazar Torterolo con dos clientes amigos en la Hostería Antoñana, pleno "barrio chino" de la bohemia de Mapocho, a inicios de 1964.

De paseo por la costa, con su aspecto formal que delataba algo de su amor por el tango y de la noche.

Placa que estuvo en el domicilio de Salazar Torterolo, siendo todo un personaje del “barrio chino”.

Con otros invitados y hacia la misma época, nuevamente en su mesa favorita de la Antoñana.

De terno blanco y con su familia, en otro lugar de los comedores de la hostería.

Relacionado con lo anterior, se recordaba en el ambiente nocherniego que, siendo más joven, don Jorge había sido provocado por un sujeto envalentonado por las copas, en medio de una concurrida fiesta de matrimonio: con un gancho de su pequeño puño, el retador voló aturdido a través de una ventana abierta, quedando tirado al otro lado y con los pies sobre el marco... Las bastas de su pantalón retrocedieron y asomaban unos arrugados calcetines jetones desde el interior de sus zapatos, según los testigos.

En aquella ocasión, fue Mariano quien debió detenerlo afirmándolo por la espalda con gran esfuerzo, para evitar que su hermano acabara demoliendo el lugar de la fiesta. Incluso amenazó con que “lo soltaría” ante los amigos del noqueado, quienes querían tomar venganza por el compañero caído en tan indecorosa forma.

En otra oportunidad, y como un típico espécimen imbuido en los placeres de la bohemia capitalina, Salazar terminó involucrado en una escabrosa riña por un desencuentro en las partidas de pool que tanto lo apasionaban también. Habría sido una vulgar “mocha” más de las viejas noches mapochinas, si no fuera porque se fue a las manos nada menos que con el gran boxeador nacional Raúl Carabantes, su mismo contendor en el paño verde, la tiza azul y quizá algunas apuestas durante aquella noche.

Insólitamente, el orgulloso Salazar había logrado golpear al campeón y pasó largo tiempo vanagloriándose de este hecho, algo que solo extendió su fama entre los amigos de barrio Bandera. Sin embargo, usando la sensatez y la moderación muchos dieron por hecho –y con buenas razones- que Carabantes más bien lo perdonó en aquel incidente, evitando involucrarse más en la pelea para no exponerse a sanciones o escándalos por darle una segura paliza al malhumorado gordo.

Aunque el ameno y conversador Salazar no era el buen bebedor que podría esperarse de todos los capellanes de calle Bandera, pasaría varios años más sentado en aquella mesa favorita del negocio, hasta el final de su epopeya en el vecindario. Incluso ya más maduro, lo hacía aún en actitud solemne y con su caña o vaso con algo salido desde la barra a su espalda. Era el primer rostro que muchos reconocían apenas entraban al local de la Antoñana por entonces, de punto fijo tras el mantel de líneas cruzadas y cercano a la caja registradora.

El singular don Jorge serviría así de anfitrión en aquella seria actitud, esperando a amistades o parroquianos vip de la hostería, como fueron en su momento Andrés Sabella, Teófilo Cid y tantos otros. Eran todavía los buenos tiempos del señor de bigotillo, cuando gozaba de la reputación de ser otro personaje fundamental del “barrio chino” de Mapocho, pero inconsciente de que, años después, su nombre también acabaría en el más completo olvido y desconocimiento ambiental cuando partió de este mundo, a principios de los años ochenta.

Comentarios

© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

Entradas populares de este blog

El Café Ochoa de Puente esquina San Pablo

Las noches luminosas del American Bar

Su majestad, El Rey del Pescado Frito