Algo sobre el penoso oficio de las copetineras

 

"Piano Bar", obra de Alberto Sughi. Fuente imagen: sitio Pintores y Pinturas, de Juan Carlos Boveri.

Entre los aspectos cuestionables de la vieja noche de calle Bandera, muchos en realidad, estuvo su cultivo y fomento a uno de los oficios femeninos más controversiales de la bohemia clásica: las denominadas copetineras, en algún momento muy populares en sitios como el American Bar o el cabaret Zeppelin. Quizá fue aquel otro matiz sombrío pero extrañamente pintoresco de la suerte de vida de puerto importada a los barrios ferroviarios de la capital.

A pesar de haber sido personajes importantes para la identidad de las noches de Mapocho y en varios casos como presencias en verdad protagónicas, con servicios que algunos hoy creerían erróneamente parecidos al de actuales cafés con piernas o schoperías de chicas sexis de tierras mineras, tal ocupación tenía rasgos marcados de degradación; en cierta forma, incluso peor o más riesgosa que la prostitución. Y es que, cargando siempre con la fama de ser “diablas” y retozonas, las copetineras paseaban por clubes con una misión, algunas más por hedonismo y otras más por necesidad: congeniar con clientes masculinos, sentarse tan cerca de ellos como fuese prudente y procurar ser invitadas para aumentar la cuenta. Como bebedoras profesionales recibían tal apodo derivado de copete o copetín, nombre dado en estas latitudes a los mismos tragos alcohólicos que debían ingerir casi al hilo.

Su actividad era conocida más formalmente como el “alterne”: es decir, de relaciones sociales concentradas solo en el ambiente festivo o de recreación, sirviendo como damas de compañía para bebedores solitarios o grupos de hombres en los clubes nocturnos. Era algo tan seguro de hallar que muchos iban solo a sentir aquellos encantos o tenerlas como cómplices de parranda. Incluso había muchachas que, siendo parte de los espectáculos de los escenarios de Bandera o alrededores, no bien bajaban de la tarima pasaban a oficiar también como copetineras, aunque en su caso solía ser con clientes de mejor rango. Lo habitual, sin embargo, era que la diferencia fuera clara entre el rol de bailarinas y copetineras.

Como sucedía a muchas otras mujeres trabajadoras de las noches aquellas (y no solo en Chile), los testimonios aseguran que las copetineras solían estar expuestas a abusadores y explotadores, a veces provenientes de los ambientes más infectos. También se rumoreaba que algunas eran obligadas a tomar esta labor por sus propios empleadores, lo que habría tenido algo de cierto solo a veces, pareciendo más bien una leyenda negra.

Por aquellas y varias otras razones, ya en diciembre de 1927, cerca de la Navidad, los periódicos informaban de un plan de vigilancia especial para calle Bandera y otras vías atestadas también de cabarets como era San Diego, especialmente en las salidas de tales negocios. Con este particular servicio policial se esperaba capturar a todos los rufianes que se dedicaban a la explotación de mujeres en aquellos lugares, lo que revela cuán prematuro fue este problema para la actividad nocturna de Santiago.

Coludidas tácita o directamente con los locatarios, entonces, las copetineras debían saber el cómo ir a la par o superar el consumo del cliente, resistiendo la borrachera y recibiendo con frecuencia una paga de participación, fuera del premio del respectivo regaloneado. Muchos cabarets y boîtes intentaban contrarrestar lo autodestructivo de tal labor instruyendo al barman para que preparara los cócteles con menos o nada de alcohol, un engaño con ciertos riesgos de ser descubierto, aunque también usual en nuestra época. Otros llegaban al desparpajo de ofrecer una “copa para dama” más cara que la corriente, pero que aseguraba la presencia y coqueteos fingidos de la respectiva copetinera.

Un antiguo bar, en pintura de John Sloane. Fuente imagen: portal Arthive.

Vista de calle Bandera hacia el norte, esquina con San Pablo, en enero de 1927, con los trabajos de las líneas de tranvías. Imagen de los archivos de Chilectra.

Funcionarios de la Intendencia de Santiago fiscalizando los cabarets de Bandera, en donde constataron "que esos recintos son frecuentados por individuos indeseables", según el pie de esta fotografía publicada por la revista "En Viaje" de 1940. Se distingue a una posible "chiquilla" atrás a la izquierda y otra de espaldas en primer plano, sentada en la mesa.

"Chiquillas de mala vida" reunidas en las puertas de uno de los varios cafetines y bares de la calle Artesanos, junto a La Vega, en 1948. Muchos de estos locales hacían las veces de lupanares clandestinos para la prostitución del barrio chimbero, además de refugio para copetineras. Imagen publicada por la revista "En Viaje".

Publicidad para el cabaret Zeppelin en  1954, en el periódico "Las Noticias de Última Hora".

Publicidad para la Hostería Antoñana en la prensa, hacia inicios de los setenta.

Cabe observar que la labor de hacer mesa entre aquellas chicas podía ir al límite del meretricio. De hecho, contaban los veteranos del "barrio chino" que muchas de las que operaban por boliches como el Hércules o el Dragón Rojo, por ejemplo, también podían ejercer formas de comercio sexual como premio final de sus “compañías”, especialmente cuando aparecieron los privados y reservados dentro de los mismos clubes.

Célebres en el medio bohemio por aquellas razones, entonces, las copetineras solían ser identificadas con curiosos o muy poco elegantes apodos del público. El comentarista deportivo Renato González, Mister Huifa, menciona a varias del Zeppelin y casi con ternura: la Luchadora, la Voluntad del Muerto, la Dama Antigua, la Camiona, la Parralina, la Leona, la Guagua y la Chela de Pino. Mientras, Enrique Bunster definía a las mismas como “invariables bebedoras de menta y pacientes depositarias de confidencias etílicas”. Los establecimientos de pretensiones más elegantes, en tanto, las llegaron a llamar azafatas y acompañantes de mesa, pero parece que esos usos fueron posteriores al apogeo del oficio en el barrio mapochino.

Se cacareaba también que varias de las “niñas” que se involucraban en el trabajo de intentar llevarle el ritmo a los hombres y bebiendo solo para subir sus números, no solían superar sus 30 o 40 años: si no las sacaba del circuito el propio alcoholismo o la cirrosis, las corría la vejez prematura y la destrucción física. A la ordalía contra la salud debían sumar sus propias depresiones y el estrés de las trasnochadas como estupendas actrices: fingiendo sonrisas y gratitud, simulando estar cómodas y entretenidas en el soporífero compás de incomprensibles conversaciones de borrachos libidinosos.

Cabe comentar que existió un proyecto documental de la entonces estudiante Carmen Duque, rodado a inicios de los setenta en el Zeppelin, el Lucifer, el Tap Room y el Teatro Ópera de la Compañía Bim Bam Bum. La cineasta quiso incluir un recorrido por la actividad de las copetineras, pero sus registros archivados en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica figuran desaparecidos desde la década siguiente.

Por su lado, la exitosa obra teatral "Cabaret Bijoux" con Tomás Vidiella y Silva Piñeiro, incluía en los años ochenta a dos personajes femeninos correspondientes a copetineras. Se trataba de las gordas hermanas Yamaha, interpretadas por las actrices Adela Calderón y Alicia Villablanca.

Se ve que las copetineras fueron un patrimonio poco reluciente y fomentado en demasía en los años descarriados de Mapocho... Populares en gran parte del ambiente nocturno del malo y el bueno; desde lupanares hasta clubes más convencionales y bien reputados. Y aunque el oficio se ha ido modificando o enfriando, aún está vigente con otros disfraces en ciertas cantinas, night clubs, discotecas y tabernas del país, valiéndose ahora también de chicas extranjeras para el mismo desafío de abultar la cuenta del cliente y alargar su permanencia cada noche, tocando sus vacíos emocionales y primitivos impulsos.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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