Humberto Tobar: el "Negro" que nunca dormía

 

Humberto Tobar brindando con la cantante argentina Marta Ecco, en el 21 aniversario del Tap Room. Imagen publicada en "La Nación" del 13 de septiembre de 1957.

Humberto Negro Tobar dejó este mundo solitariamente, a inicios de marzo de 1984 según informa Osvaldo Rakatán Muñoz. El silencio de los medios ante su fallecimiento fue casi total, como si todos aquellos séquitos de camaradas, cómplices de la noche y “pechadores” que caminaban en cortejo sobre sus pasos, fanfarroneando ser tan cercanos al personaje, se hubiesen esfumado de este mundo antes que él.

En sus días de gloria, el apodado Negro (que no era negro, sin embargo) fue reconocido -ni más ni menos- como el fundador de la verdadera entretención de trasnoche en la capital chilena. Sobre su extraordinario legado para la diversión nacional, Rafael Frontaura concluía que “ha sido, sin duda, uno de los sostenedores de esta institución que se llama La Noche Santiaguina”. A conclusiones similares arribó Tito Mundt, quien llega a definirlo con algo de hipérbole como el decisivo artífice y patrono de esa bohemia “moderna”, tan propia de Bandera por entonces.

Como sucedió con otros empresarios de las candilejas y bailables en esos años, su primer salto al éxito comenzó en los territorios que nunca dormían de Mapocho, influyendo con su obra a la de otros consagrados de la noche santiaguina como Enrique Venturino, Buddy Day, José Aravena y posteriores adalides de esta estirpe, quienes han sido consecuencia o ecos de ese grano sembrado en los campos de recreación de barrios bohemios y concentraciones de establecimientos recreativos de la capital hasta nuestros días.

Eterno trasnochador, renuente a las fotografías y emprendedor infatigable, Tobar abrió muchas de las puertas de la entretención y el espectáculo en el país, destacando también como uno de los principales de arquitectos de la diversión en Bandera cuando tomó las riendas del cabaret Zeppelin, llevando después toda aquella experiencia a los famosísimos Tap Room de calle Estado y Paseo Bulnes. El Negro supo ofrecer al público del Zeppe una elaborada cartelera en permanente revisión que combinaba el espectáculo clásico criollo con el de las antiguas quintas, incluso las propuestas folclóricas con números de innovación más propios del music-hall y el vodevil, más una gran participación de artistas internacionales.

Publicidad para el "teatro-cabaret" Zeppelin en "La Nación", 3 de julio de 1927,  con la presencia del maestro Franco como principal carnada. La dirección principal ya está señalada en el 856.

Parte del personal del cabaret Zeppelin en 1938, en imagen publicada por "La Nación" a inicios de aquel año. El delgado señor de terno gris a la izquierda de la fotografía, de pie y manos en los bolsillos, es el famoso Negro Tobar.

Publicidad para el primer Tap Room de Humberto Tobar, en "El Mercurio", año 1940.

Humberto Tobar, en otra de las pocas imágenes que quedaron de él. Publicada en el diario "La Nación", en 1950.

Gozando de su aura de éxito, llegó a ser un personaje muy influyente, además: amigo de importantes personalidades, artistas internacionales e intelectuales de las camadas literarias de la primera mitad del siglo XX. Lo curioso es que había convertido al Zeppelin en el primer y más importante negocio de su género en Santiago, después de haber comenzado a trabajar en él como maitre. Convencido de que podía otorgarle nuevos bríos y mejores rendimientos, logró comprarlo y tomar su mando, imprimiéndole un modelo de recreación que fue imitado por varios más en el rubro. Según Orete Plath, pues, fue capaz de dar al boliche “la animación que sabía darle el empresario a los negocios de este tipo”, quedando para siempre ligado a su historia, la de calle Bandera y la explosión de entretenciones adultas de la ciudad.

Jorge Orellana Mora aporta una de las escasas descripciones puntillosas que han quedado del mago noctámbulo, en “Una mirada hacia atrás”:

En la calle Bandera aparte de El Zeppelin y el American Bar, proliferaban toda suerte de pequeños bares y la venta callejera de pan recién amasado, castañas calientes y pequenes. En el Zeppelin comenzó su carrera nocturna un notable personaje, Humberto Tobar, el Negro Tobar. Era un hombre de físico bien formado, que caminaba con la cabeza alta, con un aire de seguridad y cierta soberbia. Su tarea consistía en corregir a los parroquianos ariscos o cargarse a los borrachos pendencieros hasta la calle. Eran los tiempos en que un famoso hampón el Cabro Eulalio, imponía su ley, la del más fuerte. Tal vez, nadie ha conocido la noche con todos sus recovecos como el Negro.

A los amigos de aquella casa se les hacían descuentos recordados como “fabulosos” por el comentarista deportivo Renato González, Mister Huifa; y Rakatán Muñoz, recuperando memorias también de esas visitas, diría años más tarde mientras contemplaba al Zeppelin ya en sus postrimerías: “Parece que de repente nos iba a salir al encuentro el rostro sonriente del Negro Tobar con su facha arrogante bueno para el garabato a la chilena y con su habitual gesto amistoso”.

Su vida, sin embargo, tuvo también aspectos controversiales, aunque frecuentes en ese medio: su carácter algo explosivo y temperamental lo metió en problemas judiciales más de una vez, y enfrentó pleitos laborales tras reemplazar al personal en huelga de la orquesta con músicos esquiroles, en una ocasión. Años después, en 1950, dio muerte a un infame matón y extorsionador de apellidos Ramírez Guerra, temido rufián de esas mismas noches de Santiago: le disparó en defensa propia en el segundo Tap Room, ubicado en Estado con Huérfanos, el barrio de teatros, revistas y espectáculos conocido como el “Broadway Santiaguino”.

Siendo un gran defensor de su gremio, además, Tobar se había opuesto a los intentos de establecer restricciones al alcohol, como ocurrió en 1938. Y cuando aún era dueño del Zeppelin, apareció entre los primeros en salir a reclamar contra las eventuales medidas arguyendo como defensa que el historial de su negocio había sido impecable desde su fundación y que también hacía una contribución importante a los atractivos para el turismo en Santiago, fuera de la cantidad de trabajadores dependientes del mismo.

En otro aspecto, Tobar fue un resuelto productor y representante de artistas de espectáculo. Uno de sus más aplaudidos aciertos fue con la cantante Rayen Quitral, organizando con ella una gira por el sur del país en 1940, poco antes de que la soprano mapuche lograra a internacionalizar su carrera.

Casado con Cecilia Pezoa y residiendo alguna vez por donde estaba también su Tap Room de paseo Bulnes, el otrora célebre señor de las noches santiaguinas terminó sus ancianos días recluido en el Hogar de la Unión Árabe de Beneficencia, en Lo Ovalle, comuna de San Miguel. En este sitio iban a transcurrir sus años finales, visitado por unos pocos amigos como Rakatán.

Allá falleció el otrora soberano de las noches del “barrio chino”, el príncipe de los insomnes de todo Santiago, hacia los 88 años.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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