El rufián Eulalio y otros maleantes del "barrio chino"

Entre los personajes mapochinos adoptivos en el "barrio chino" de Mapocho, además de los intelectuales, artistas, folcloristas, estudiantes y periodistas, estuvieron muy presentes los infaltables maleantes de los bajos fondos santiaguinos, ya entonces. Algunos fueron muy bien descritos por Armando Méndez Carrasco, en su clásico “Chicago chico”.

Fue así como, en una noche de los años treinta y hallándose en el cabaret Zeppelin, el legendario bribón apodado el Cabro Eulalio logró salvar su pellejo de manera casi cinematográfica: Enrique Bunster recuerda que fue cercado en el local por un piquete de detectives dispuestos a darle caza; pero, advirtiendo a tiempo la emboscada, logró escapar entre pasillos y camarines saliendo a través de un tragaluz por los techos y haciendo correr su sombra por los tejados y la oscuridad, esquivando los balazos en la huida. Por más que intentaron abatirlo, logró eludirlos y escabullirse en la noche. Y cuando los agentes regresaron frustrados al Zeppelin recibieron gran rechifla de las “niñas” del local, todas amigas de Eulalio, haciendo más humillante su fresca derrota.

Eulalio Serradilla Requena, el Cabro, tenía por entonces su reinado propio en el barrio de la Plaza Almagro, en donde su mito dice que lo alcanzaría el karma, además. Sin embargo, el “barrio chino” de Mapocho fue su segundo lugar de actividades dentro de la ciudad, en este caso la “no profesional” y más recreativa; más bien la placentera, debiésemos decir.

La vida delincuencial del famoso forajido se inició con robos y escamoteos, pero contrastaba con sus modos de cierta elegancia, parecidos al tono esperable de un galán tanguero argentino según se recordaba entre quienes lo conocieron. No era extraña aquella semejanza: en los tiempos cuando había un nutrido intercambio de hampones entre Chile y Argentina, Eulalio daba golpes delictuales en Buenos Aires con los que se graduó como experto “carterista” internacional, además de aprender de la actividad gansteril antes de ser atrapado por la policía. De hecho, vació miles de bolsillos entre los concurrentes del Congreso Eucarístico Mundial de 1934, realizado en la capital argentina. El escritor Manuel Salazar agrega en “Traficantes y lavadores” que allá llegó a ser tan temido por violento y vengativo, que los detectives porteños resolvieron balearlo por la espalda en una madrugada, no atreviéndose a enfrentarlo de frente.

Como suele suceder con las hiedras venenosas, sin embargo, el infame Cabro Eulalio sobrevivió al ataque y pudo continuar abultando su extenso prontuario. Y así Joaquín Edwards Bello escribía sobre él, en “La Nación” del viernes 28 de septiembre de aquel año:

En los barrios bravos de Santiago, en las calles Camilo, Maipú, Erasmo Escala, Diez de Julio y Lingue, el cabro es rey. Se presenta después de cometer una fechoría y todos esos chamizos se vuelven cómplices, las puertas se cierran sigilosas tras de su paso; las pecadoras le admiran, sueñan con él, y le dan sus ganancias; las Celestinas le prestan sus ropas para que se disfrace. Nadie le delata. Las tocadoras y los tamboreadores de las últimas cuecas saben perfectamente dónde anda el cabro… pero obedecen a un acuerdo sordo, y nada dicen. Eulalio es el símbolo de su clase y de la resistencia a la ley; además saben que a ellos, a los del hampa, no se les hace daño. Por eso el cabro ha pasado a ser un fantasma de la ciudad, y un símbolo de la no conformidad, o la contrariedad respecto a lo legal; es el contrabandista en su sentido etimológico, porque contra bando, significa contra la ley, que un bando promulgaba.

De vuelta en Chile, el hampón se hizo coronar como soberano de Plaza Almagro asistiendo asiduamente a boliches cercanos como el cabaret El Submarino y el bar La Pata, en Eyzaguirre llegando a San Diego. En este último, un grupo de sujetos cometió el error de desafiarlo: todo terminó con el líder de aquella pandilla fulminado a tiros y con Eulalio prófugo otra vez, aunque logrando zafar de la justicia después al alegar defensa propia. También eran famosas sus incursiones en Los Callejones de Diez de Julio con Lira, atestado de prostíbulos, pequeños cabarets y moteles en donde el Cabro era considerado un cliente vip, contando con la complicidad y el silencio generales.

Paradero de tranvías Mapocho, atrás del Mercado Central al final de calle Puente, en enero de 1935. El edificio del entonces elegante Hotel Excélsior, en donde hoy está el acceso a la Estación Metro Cal y Canto.

Calle San Pablo en la cuadra del 900, entre 21 de Mayo y Puente, a espaldas del Mercado Central. Imagen publicada en el diario "La Nación" del 18 de septiembre de 1938.

Calle Capuchinos, con sus muchos secretos y recuerdos no confesados.

El violento homicidio del bar Venezia en nota del diario "La Nación", el jueves 8 de febrero de 1940.

Por supuesto, fue algo casi natural que Eulalio llegara también hasta los centros de la bohemia de calle Bandera, extendiendo sobre ellos su sombrío reinado. El cronista y comentarista deportivo Renato González, Mister Huifa, de hecho llegó a considerarlo un amigo, como sucedió quizá con muchos otros habitués del barrio que prefirieron mantener en reserva esta relación de afecto con el bandolero. El rumor decía también que tuvo aventuras con varias chicas e incluso algunas mujeres que eran o fueron después reconocidas estrellas de candilejas nacionales. Y por si fuera poca tanta adulación, una de las cuecas recopiladas en el cancionero de “Chilena o cueca tradicional” de Samuel Claro, lo recordaba en el ambiente:

Me gusta tomar con canto
y pasarlo de jarana
donde llega el Cabro Eulalio
y a correr la caravana

Si yo llego a las canchas
del Cabro Eulalio
porque me gusta el trino
de los canarios.

Además del Zeppelin en que casi se acaba su vida terrestre, el Cabro Eulalio solía aparecerse en la Hostería Antoñana, otro de los locales más conocidos de la misma calle Bandera. Hizo buenas migas con artistas, intelectuales y escritores que tocaban puerto en las mesas del restaurante. Oreste Plath lo conoció ahí también, recordándolo como “guapo, elegante y de buena figura, que tenía deudas con la justicia”.

Pero las salvadas providenciales de las que hacía tanta ostentación fueron gastando una a una las varias vidas de gato de Eulalio, después de tanto uso y abuso de la suerte. Llegó así el día en que se le acabaron, siendo “desactivado” por agentes que ya venían sobre sus pasos desde hacía tiempo. “Pasó a mejor vida en su ley”, diría al respecto Méndez Carrasco.

Tan cerca de la cabecera de los antihéroes como Eulalio, es decir, entre los más respetados o temidos del ambiente, hubo otros personajes con apodos o “chapas” tales como el Nimbo, cliente oscuro e impredecible cafiche de los bajos fondos de San Diego y 10 de Julio, también mencionado por Méndez Carrasco. Uno más fue el Zanahoria, quien podría corresponder al hampón juvenil del mismo apodo que es recordado por Alfredo Gómez Morel en “El río”.

También con nutrida experiencia delictual en argentina, Mapocho sería la perdición del rufián conocido como el Che Mario Miranda Salazar, quien había sido detenido por un agente de la Sección de Investigaciones en la mañana del martes 29 de mayo de 1934 pues estaba con encargo por robo. Creyendo que podría zafarse, sin embargo, agredió sorpresivamente al policía de camino a la comisaría y trató de huir, pero los certeros disparos del agente lo tiraron al suelo en la esquina de Bandera con la actual Aillavilú. A pesar de que fue trasladado hasta la Asistencia Pública, no sobrevivió.

Otra figura tristemente conocida en la bohemia mapochina fue la joven fatal llamada Berta La Coja, terror de los borrachos de esos años y a quien se refirió Raúl Morales Álvarez en sus sabrosas crónicas:

Cierta prolongada borrachera le puso los pies blandos, una niebla en las pupilas doradas y el tranco en zig-zag. Con todo esto fue a parar bajo las ruedas de un tranvía. Para otra cualquiera habría significado el fin de su carrera de Ninfa alegre a pesar de ella. Pero Berta la Coja era de otra madera. De una sola hebra, como decía ella. Y con su pata mala al aire, bailando sobre la muleta, surgía en las esquinas del escándalo, por San Diego y por San Pablo, como una extraña enloquecida al acecho del amor que pasa.

Funcionarios de la Intendencia de Santiago fiscalizando los cabarets de Bandera, donde constataron "que esos recintos son frecuentados por individuos indeseables", según el pie de esta fotografía publicada por la revista "En Viaje" de 1940.

Publicidad para el cabaret y club Zeppelin en la revista "En Viaje" de FF.CC. del Estado, octubre de 1943, Santiago, Chile.

El luminoso de neones del Far West cuando estaba encendido en las noches, en una escena del filme "Uno que ha sido marino", de 1951.

Arriba, acceso a Capuchinos por el lado de Rosas. Abajo, entrada a la calle por el lado de San Pablo, formada por el Edificio Capuchinas (a la izquierda) y el Edificio de la Casa de Crédito Popular (a la derecha).

Berta “trabajaba” asociada a un violento y sanguinario pelusa salido de los puentes del río, constituyendo una sociedad cuyas actividades también fueron descritas por el autor en uno de los artículos de su “Antología”:

Formaban una curiosa y agresiva pareja. Ella adelante y él detrás. La sufrieron -es la verdadera expresión- los alegres caballeros que caminan abrazándose a los faroles, con un vino pasional que los hace soñar con la aventura besadora que hasta entonces solo conocieron en las novelas y en el cine. De improviso, a través de la noche, surgía la sonrisa roja de Berta, prometiéndoles y mostrándoles el verdadero Paraíso Terrenal.

Jamás, sin embargo, llegaron a conocerlo. De ello se encargaban las manos de su hombre, derechas y hechas para el tajo. Las comisarías se acostumbraron y cansaron con el contemplamiento de una larga caravana de despojados en plena calle, que llegaba en calzoncillos o sin ellos, a presentar su reclamo ante los soñolientos oficiales de guardia.

Todavía más abajo en la pirámide de jerarquía y fama, estaban otros delincuentes de menor perfil pero que podían llegar a ser tan temidos y violentos como los más avezados en las artes de la cuchilla y la pistola, derramando sangre propia o ajena en el “barrio chino” en más de una oportunidad. Empero, al no haber sido capaces de construir leyendas propias, fueron olvidados rápidamente, no bien desaparecieron de la escena por voluntad personal o alguna superior. Bunster se refiere a uno de ellos, cuyo nombre y “chapa” también quedaron perdidos:

El maleante más conocido del barrio era un vagabundo lisiado que pernoctaba en una puerta falsa de Capuchinos y tenía habilidad de pelear a golpes de muleta. Lo vi una vez batirse en reyerta escalofriante contra dos mocetones. De un muletazo aturdió a uno y luego derribó al otro. Por último le quitaron la muleta de una zancadilla y con ella le golpearon la cabeza y la cara, en el suelo, hasta dejarlo irreconocible.

Otro caso de sangre ocurrió en el café Venezia de Bandera 864 el 7 de febrero de 1940, cuando fue asesinado con arma de fuego un cliente llamado Francisco Petrucci por su compañero de mesa Pedro Casagne, a raíz de una discusión por temas de dinero. Años después, en la madrugada del 12 de enero de 1957, en el Zum Rhein de Bandera 823 vecino al Far West un señor llamado Humberto Fuentes Inostroza fue atacado violentamente en un baño por un corpulento y brutal sujeto que robó su carísimo reloj pulsera, avaluado en 18 mil pesos de la época, aunque en este caso la víctima no fue herida de muerte.

Todas aquellas presencias tenían sitio, además, en medio del vértigo del vecindario que siempre cargó con su propia fama sombría, más allá de los romanticismos que puedan colocarse hoy como filtros para cada mirada retrospectiva. El mismo rasgo que puso a varios de sus más queridos visitantes el terno de palo; el del sastre de la muerte… Y Bunster agregaba, al respecto:

Una noche, en el Far West, un parroquiano permaneció hasta el alba echado sobre su mesa, aparentemente dormido. Cuando fueron a despertarlo descubrieron que estaba muerto, con un puñal clavado en la espalda. Nunca se logró saber quién fue el victimario.

En otra ocasión de los años cincuenta, apareció un comensal apuñalado dentro de un baño del mismo Far West. Cuando su compañero de mesa fue a verlo tras esperar largo rato por su regreso, encontró el cadáver y denunció de inmediato la situación a la policía. El descarado asesino estaba en el mismo sector del barrio cuando fue atrapado, y confesó haber dado muerte a su víctima cuando lo vio en el restaurante sólo para aprovechar la oportunidad de vengarse por rencillas y deudas entre ambos. Más tarde, en diciembre de 1969, hubo allí también una balacera con tres heridos graves, hecho que dio pie para que los periódicos para festinaran con el tiroteo en un boliche con semejante nombre.

En el mismo período, un maleante llamado Aurelio Segundo Ortiz Segura, alias el Zapatilla, pasó de lanza a chorro y carterista al rol de cogotero en agosto de 1968 comenzando a operar en calle Bandera robando con manotazos lo que pudiera: anteojos, sombreros, relojes, carteras, billeteras, etc. Aunque operaba también en San Diego y Estación Central, el "barrio chino" de Mapocho iba a ser su debut con delitos más violentos cuando salió atrás de un cliente pasado de copas quien salía desde el American Bar, llamado por entonces American Café, atacándolo a la altura de las pérgolas de las flores al otro lado del Mapocho, en donde lo agredió y robó un anillo de oro y un reloj. Tras vender su botín en 140 escudos, fue alcanzado por agentes policiales de la Tercera Comisaría Judicial recibiendo un balazo en la pierna al intentar resistir el arresto, sucedido el martes 20 de aquel mes.

Así eran esas noches... Y así lo son aún, de hecho, en un Santiago cuya peligrosidad fluctúa para mejor o peor según la temperatura de cada breve época. Nuevas condiciones ambientales -con factores internos y externos- se han encargado de preservar cierta tradición delictiva en el barrio.

Varios otros rufianes realizaban incursiones en ese ambiente bohemio del “barrio chino”, por cierto: míticos hampones como los mencionados, más la numerosa cáfila de patos malos de alta o baja monta, jóvenes y viejos, aún menos recordada o digna siquiera de recordar que los casos ya vistos.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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