El Jote, o el bar que voló lejos

 

Antiguo cartel de El Jote, con su famoso pajarraco colgante. Fuente imagen: "El Santiago que se fue" de Oreste Plath.

Las artes de espectáculos, barra o cocina no tenían monopolio solamente en el eje de la calle Bandera, a pesar de la majadería de algunos autores y memorialistas de insistir al respecto. El hecho indesmentible es que aquella diversión central irradiaba hacia todo el entorno de la célebre cuadra del 800 y, así, la segunda arteria privilegiada con una vida bohemia y de bailables era San Pablo, en donde anidó alguna vez un pajarraco alegremente nochero. Se trataba de El Jote, por cuya proximidad inmediata con el “barrio chino” también acabó siendo parte del mismo circuito.

Hubo varios otros núcleos de diversión en la extensión de calle San Pablo, es preciso decir: históricos cabarets, polémicos cafés chinos y bares o restaurantes en donde solo se oían cascabeleos felices, lejanos a la imagen clásica del borrachín depresivo y cabizbajo anclado en la barra. Los hubo en un largo trecho de la misma vía llegando a casos casi legendarios ya, como el bar El Frontón en las cercanías de Matucana, y próximo al restaurante El Buen Gusto; o el salón de té de la Panadería San Camilo, más familiar e inocente. Es un dato poco conocido, además, el que la famosa chichería de calle San Diego, Las Tejas, habría comenzado su vida en otro local de San Pablo hasta que un incendio la obligó a trasladarse, primero a Nataniel Cox, luego a su histórica ubicación en la sala del ex Teatro Roma; hoy, en Paseo Bulnes.

Y entre toda esa gama de diversión histórica en San Pablo hubo también ciertos boliches que tenían un poco de todo en el barrio Bandera. Tal era el caso de El Jote, reconocible por su vistoso pájaro con más aspecto de cóndor o águila de alas abiertas, colgando sobre el acceso. Por las noches, su nombre aparecía delineado en neones luminosos del mismo cartel.

La parte más importante de la vida de El Jote llegará estando ubicado en San Pablo 1066-1070 y, posteriormente, en el lugar exactamente vecino del 1074. Esto era entre un grupo de locales comerciales de diseño muy funcional que aún existen allí. Operó como bar y restaurante con algo de cabaret y de salón de baile tras ser fundado por don Carlos Arriagada según se ha escrito, aunque no había consenso pleno sobre cuán antiguo era. Incluso aparece un bar con el mismo nombre en una caricatura de Moustache (Julio Bozo) para una revista “Zig Zag” de 1912, ilustrado en un inmueble tipo colonial mucho más viejo que el acá descrito. Con la señalada dirección, sin embargo, aparece puesto a la venta por su dueño ya en 1929 y durante dos años más cuanto menos.

Devenido también en centro de eventos, salón bailable y de presentaciones, se ingresaba al lugar pasando bajo el descrito cartel del pájaro monumental, noble ave que nunca se defecó sobre sus fieles. Por el contrario, se decía que rondaba en lo alto de las cabezas a los sedientos clientes como los buitres lo hacen con los empampados y los extraviados del desierto. Ya en el interior, el visitante entraba a una sala y a una especie de patio empedrado alrededor de una pileta, aunque este último rasgo acabó siendo modificado con el tiempo.

Todos quienes recordaban algo del local coincidían en que sus comidas eran tradicionales y con carta para todos los bolsillos, sabrosuras visibles en grandes fondos y bandejas de la cocina. El platillo más recurrido habría sido el chupe de guatitas, acompañado con infaltable vino de la casa. El 10% de propina se incluía en la cuenta y esto se advertía por anticipado al cliente, algo novedoso y útil en esos años. Y así continúa Oreste Plath su descripción en "El Santiago que se fue":

Se reunían poetas, escritores y artistas. Algunas noches caía Pablo Neruda y era la figura central junto a Tomás Lago, el Huaso; Rubén Azócar, el Chato Azócar, Alberto Valdivia, el Cadáver Valdivia; Abelardo Bustamante, Paschin, Lalo Paschin; Alberto Rojas Jiménez, El Marinero, por su jersey a rayas y fumar pipa; Orlando Oyarzún, El Patón; Homero Arce, El Príncipe de los amigos; Diego Muñoz, Diego de la Noche; Antonio Roco del Campo, Roco del Cántaro; Raúl Fuentes Bessa, El Ratón agudo; Julio Ortiz de Zárate, el Maestro o Buonaroti; Álvaro Hinojosa, el Obispo; Federico Ricci Sánchez, El Monarca; Ricardo Gilbert Avendaño, El Loro Gilbert; Miguel González Herrera, el Choique y Rafael Hurtado, el Huaso Hurtado. Otras noches alternaban Humberto Díaz Casanueva, Luis Enrique Délano, Hernán del Solar, Ángel Cruchaga Santa María, Andrés Silva Humeres y George Sauré.

No habiendo certeza sobre cuán antiguo era El Jote, esta caricatura de Moustache  ya muestra en una revista "Zig Zag" de 1912 a un bar con el mismo nombre, ubicado en un caserón de estilo colonial.

San Pablo vista hacia el oriente, en el cruce con Bandera, enero de 1927, con los antiguos edificios en donde se alojaba El Jote en sus inicios. Imagen tomada desde la esquina del restaurante no identificado. En la esquina opuesta, a la derecha, está la casa comercial La 1096 (su numero en calle San Pablo), especializada en venta de camisas. Otra imagen del archivo Chilectra.

Manifestación en El Jote para su dueño, don Andrés Conde Guzmán, en noviembre de 1938. Imagen publicada por el diario "La Nación".

El luminoso de neones de El Jote cuando estaba encendido en las noches, en una escena del filme "Uno que ha sido marino", de 1951.

Aspecto del antiguo local comercial de calle San Pablo cuando era el Imperio Restaurante hacia el año 2008, allí en donde se tuvo su nido El Jote.

Hay una curiosa historia de Luis Enrique Délano al respecto, en sus memorias “Aprendiz de escritor”: de paso por Santiago y siguiendo un consejo de Gerardo Seguel, llegó allí a mediados de los años veinte con la intención de conocer a Neruda en la cena de las ocho, para lo que necesitaba solo “dos pesos cincuenta” que fue a pedir agitadamente a su hermana. Lo encontró en el lugar con su inseparable comitiva de amigos y admiradores (que eran más o menos lo mismo):

El Jote era un restaurante muy popular de la calle San Pablo. Cuando llegué había una larga mesa ocupada por escritores y artistas. Allí vi por primera vez a Pablo Neruda y debo haberlo observado con mucha atención y además por la gratitud que se siente por quien es capaz de proporcionarnos tantos momentos de ensueño. Era muy alto y flaco, con cabellos oscuros. Las embestidas que la frente hacía en ellos indicaba que no iban a durar mucho. Sus ojos eran oscuros y penetrantes, bajo dos cejas gruesas que se juntaban en el nacimiento de la nariz prominente. Una mirada a ratos lejana, perdida, es indudable que en la famosa fotografía que le hizo por esos días Sauré hay bastante idealización. Vestía un traje oscuro, un clásico sombrero alón y corbata negra larga y angosta. Esa noche no habló mucho. La conversación corría más bien a cargo de quienes lo rodeaban, una verdadera pléyade de poetas y artistas. Muchos ya lo imitaban y según un comentario de Alone, no solo escribían, sino que vestían, hablaban, caminaban y vivían como Neruda.

Muchas veces me he preguntado quiénes estaban ahí esa noche. He tratado de reconstruir la mesa donde se produjo para mí el milagro de conocer no solo a Pablo sino a la plana mayor de la joven poesía de 1925. Veamos: estaba desde luego, Tomás Lago, pálido, con ese aire un poco desdeñoso, falsamente desdeñoso, cuando uno llegaba a conocerlo bien. Esteban Gerardo Seguel, Humberto Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, que formaban una especie de dúo poético, con dos eslabones de una misteriosa cadena de poesía. Rosamel publicaba por esos días la revista Ariel. Me acuerdo también de los hermanos Arce, Homero y Fenelón, quien fue muy amigo mío, murió joven, sin llegar a publicar un libro de vanguardia que había escrito, Tita, Juan y sus películas. Juan Florit, con sus grandes ojos claros. Otro poeta que andando los años desapareció, al menos públicamente, como tal; Moraga Bustamante. ¿Tal vez Diego Muñoz? Conocí también esa noche a George Saurés, que era un hombre muy simpático y lleno de iniciativas. Fue el creador de la fotografía artística en Chile, el introductor del cubismo, el iniciador del “vitrinismo” cuando empezó a darles un aire sofisticado a las vitrinas de la compañía de electricidad, etc. Un poeta joven, Eric Gouzi, que parece que no siguió escribiendo; el dibujante chillanejo Ricci Sánchez, Orlando Oyarzún... Y hasta ahí alcanzan mis recuerdos de esa noche memorable.

Repito que Pablo no habló. Después de comernos el menú de dos pesos cincuenta, incluido el vino, Neruda nos invitó a ver una película al teatro Esmeralda, en San Diego con avenida Matta, al lado de un cabaret que se llamaba El Gato Negro o algo por el estilo. Mientras iba toda la pandilla en el tranvía Matadero, que arrastraba por la calle Bandera y luego por San Diego, su espeso ruido de ferretería, me preguntaba yo de dónde iba a sacar Pablo dinero para pagar tantas entradas. Nada de eso, era amigo del administrador y a una señal de este, el portero se hizo a un lado y entramos catorce personas a la platea de una sala no muy llena. Estaban dando una de esas horrendas películas bíblicas de Cecil B. de Mille.

Es de imaginar cómo fluía ese ambiente con tan ilustres comensales. Y Gustavo Olate y Herrera agrega a la escena en “Mapocho abajo”, el que “muchos artistas conversaron sus mejores botellas” allí, en la complicidad de los muros y la fuente del patio, reservando entre ellas sus secretas ebriedades y confesiones. Según consigna un artículo de la revista “En Viaje” sobre la misma actividad del barrio de marras (“San Pablo: pasado bohemio, presente febril”, 1961), su cálida y cómoda intimidad con los clientes dominó siempre en El Jote:

Periodistas, escritores, artistas y gente de circo concurrían asiduamente allí, comentando con abierta agilidad y picardía los números artísticos que se presentaban en su escenario y sus propios. Federico Gana pasó veinte años anunciando la novela “La palanca”, sin que apareciera jamás. Pero bastan sus hermosos cuentos campesinos para no olvidarlo.

Tras ser ofrecido en venta desde fines de los años veinte, como hemos indicado, otra gran época de banquetes y reuniones sociales se inicia en la década siguiente, cuando El Jote muta a una especie de boîte conducida ahora por don Andrés Conde Guzmán, su más recordado dueño. El comerciante fue también parte del directorio de la Asociación de Propietarios de Hoteles, Restaurants, Bares y Similares de Chile. Realizó también grandes mejorías y ampliaciones del establecimiento en 1938, recibiendo un homenaje por ello.

En enero del año siguiente, se realizaba en El Jote el gran almuerzo de los Sindicatos Metalúrgicos de Santiago; y un año más tarde el restaurante ofrecía la Copa El Jote como premio de las competencias de ciclismo de la Unión Española. Para 1940, en su comedor se hacía la cena del Sindicato y Asociación de Tranviarios. Varias otras celebraciones y banquetes tenían lugar regularmente en el mismo establecimiento.

Sin embargo, como lugar de atracción especial para cronistas, periodistas y hombres de comunicaciones, el propietario del diario "Las Noticias Gráficas", el porteño Antonio Poupin, fue hostigado y detenido allí por agentes de la Policía de Investigaciones y de Carabineros de Chile mientras comía en la noche del sábado 13 de mayo de 1944 junto a otros empleados, permaneciendo en tal calidad hasta horas de la madrugada a causa de las arremetidas del gobierno de Juan Antonio Ríos por una querella de la Dirección General de Impuestos Internos.

En los años cincuenta, El Jote seguía destacando por su buena carta de cocina típica. Eran famosas las humitas de choclo del establecimiento, preparadas por doña Filomena Chacón, quien tenía 38 años en marzo de 1956 cuando fue entrevistada por el diario "La Nación". Además de su sabrosa calidad tenían una particularidad notable, al ser confeccionadas por la cocinera con forma de torso femenino y con "diseño de modas": con caderas y busto logradas con la forma dada al encintado de las hojas apretando el relleno.

Pero la intelectualidad no inmunizó al pájaro de calvo contra el ataque del piojillo crepuscular, ya pasando el promedio del siglo y cuando su dirección exacta estaba precisada en el 1074 de San Pablo. Así, El Jote bajaría sus alas cuando lo hacía también la generación de artistas, escritores, folcloristas y jugadores de cacho que le dieron su mejor vida y más importantes recuerdos.

El viejo local fue ocupado por una secuencia de restaurantes y fuentes de soda: el New Orleans, que era popular en los años sesenta, sin conseguir tocar el final de aquella década. Después, el espacio pasaría por sus últimos intentos criollos como un tal Rancho Pitrufquén. Estuvo también el Refugio Peruano, con bailes de fin de semana; y más tarde el Imperio, con fiestas bailables de música en vivo y la costumbre de los clientes nocturnos de derramar cerveza sobre el piso cargado de aserrín, según constata Sergio Paz en “Santiago bizarro”, ya a inicios del actual siglo. La fiesta ya se acabó hoy en día, sin embargo, alojando allí una tienda comercial.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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