Los cofrades del Teutonia: cuando las rebeldías buscan refugio
Los elegantes comedores del Teutonia hacia 1920, cuando
el bar y restaurante ya estaba en manos de la sociedad
Reitmann y Faubel. Era visitado a la sazón por la cofradía de ácratas y rebeldes.
A pesar de la connotación germánico-imperial en el nombre del Teutonia, ubicado hacia el centro de la cuadra del 800 de calle Bandera con su carta refinada y su Orquesta de Damas Vienesas, al inicio de la década de los años veinte ya se reunía en él un curioso grupo de activistas de orientación acrática y socialista; unos jóvenes y otros más maduros, varios con nombres connotados en la intelectualidad chilena. Un importante artículo sobre tan singular cofradía y sus encuentros allí, titulado “La hermandad ácrata”, puede ser consultado en “El Mercurio” del domingo 25 de septiembre de 2005, en la sección Artes y Letras.
Entre aquellos iniciadores del grupo destacarían el
escritor José Santos González Vera, codirector de la revista "La Pluma" junto a Manuel Rojas y futuro Premio Nacional de Literatura en 1950; el controvertido jurista Carlos Vicuña
Fuentes, conocido y muchas veces odiado por sus discursos internacionalistas, desafiantes al sentido de nacionalidad; el famoso Dr. Juan Gandulfo Guerra, quien fuera figura importante de la agitación
estudiantil y del movimiento obrero, además de colaborador de revistas y organizaciones universitarias; y el dirigente político Luis Emilio
Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile.
La relación de Recabarren con esos barrios fue particularmente interesante: tras haber fundado en el norte del país al Partido Obrero Socialista (1912) y, diez años después, hallarse en trabajo de refundarlo como Partido Comunista, su presencia en el sector de Mapocho no se reducía solo a correrías en el Teutonia y otros sitios parecidos del floreciente “barrio chino”. En efecto, don Reca había residido también en la ribera norte, en calle Lastra y en después en Santa Filomena, cerca del Mercado de La Vega y del vecindario obrero de Recoleta.
Sería en el número 195 de Santa Filomena, además, en donde Recabarren cayó en las redes de la muerte un 19 de diciembre de 1924: si bien fue en un angustiante momento de su vida, traicionado por muchos correligionarios y sumido en la desesperanza, su acto de suicidio y las motivaciones inspiraron sospechas y suspicacias. El propio partido realizó una investigación resumida en el “Informe de la Comisión Investigadora de la Federación Obrera de Chile y del Partido Comunista de Chile sobre la muerte de Luis Emilio Recabarren”, durante ese mismo mes, que cerró el caso para unos pero, a la vez, dejó más dudas activas en otros.
En tanto, había tenido lugar también la llamada Guerra de don Ladislao, detonada de manera intestina entre ardores limítrofes por el ministro de guerra y marina, Ladislao Errázuriz, con el pretexto de reaccionar a supuestas movilizaciones hostiles en la frontera en 1920, las que habían sido muy criticadas desde la Federación de Estudiantes de Chile, FECH, a la sazón comprometida con el movimiento anarco-sindicalista. Serían hostigados varios integrantes de aquellos grupos de tendencias insurrectas en el mundo estudiantil y académico, como los que tenían acogida en el Teutonia. El clímax de los incidentes llegó con el asalto o ataque al propio Club de la Federación Estudiantil de calle Ahumada, sucedido el 21 de julio de ese año, por estudiantes y agitadores que habían despedido a los reclutas salidos al norte desde la Estación Mapocho. Estos denunciaban, muy especialmente, las simpatías de la FECH por la causa reivindicacionista y territorial peruana en cuestiones diplomáticas, acusándolos de traición a la patria.
Rápidamente, se verían en apuros algunos anarquistas y jóvenes intelectuales díscolos: Gandulfo se negó a besar una bandera chilena mientras era exhortado por sus adversarios a hacerlo, acusándolo de traición; y el profesor Vicuña Fuentes, exliberal famoso por sus discursos sacando ronchas a las nociones patrióticas y por su retórica favorable también a entregar Tacna y Arica a Perú, acabó exonerado a inicios de septiembre tras aquella batida política cuya excusa inicial era, justamente, denuncias sobre un movimiento militar vecino en aquellos territorios extremos.
La misma mano pesada hizo sombra sobre varios otros rebeldes que se habían ido uniendo alrededor de tales personajes o seducidos por hermandades y discursos de círculos como los que se guarecían tanto en el Teutonia como en boliches parecidos, precisamente… Cada lobo con su manada, por supuesto, pero unidos ahora también en la desdicha y los vientos adversos.
Aviso del Teutonia en la dirección de Bandera 839-843, cuando acababa de ser ampliado. Publicidad de fines de 1919, regentado por don Hans Meier, su primer propietario y patrón desde hacía dos años, además de director artístico.
El Dr. Juan Gandulfo, quien visitaba el Teutonia desde sus tiempos de estudiante de medicina, formando parte de la hermandad ácrata que allí se habría reunido. Imagen de 1919 publicada en la revista "Juventud", tomada de Memoria Chilena.
José Santos González Vera, en su bohemia juventud, mismos años en que fue otro anarquista concurrente del Teutonia.
Luis Emilio Recabarren, otro de los clientes habituales del Teutonia durante los primeros años de existencia del bar y restaurante.
Neftalí Reyes, antes de ser Pablo Neruda. Desde muy joven fue un concurrente asiduo al "barrio chino" de calle Bandera.
Pablo Neruda, cuando aún se llamaba Neftalí Reyes y recién se abría paso en las artes escritas, frecuentó el Teutonia en las olvidadas noches aquellas. Fue otro personaje familiarizado con el barrio y sus atractivos, de hecho, pues el futuro Premio Nobel de Literatura había arrendado un desaparecido rinconcito de calle Maruri en Independencia, compartiendo allí el espacio y los gastos con Tomás Lago.
De las tardes del muchacho parralino mirando el ocaso por la ventana de aquella residencia, surgieron los versos de “Los crepúsculos de Maruri”, todo un símbolo en el poemario general nerudiano:
La tarde sobre los tejados
cae
y cae...
Quién le dio para que viniera
alas de ave?
Unos años después, ya armado de un nombre entre sus pares, don Pablo volvía al Teutonia pero acompañado de un séquito de admiradores y amigos, vestidos todos de capa y sombrero de alón: la Banda de Neruda sería llamada, grupo que siempre llegaba hacia las horas del anochecer. Se movían con el vate como lo haría la corte de un rey, según recordaban cronistas y testigos de tan singular y hasta divertida escena. Allá lo esperaba a veces el también poeta Alberto Rojas Jiménez, antes de su inesperada y prematura muerte.
Otro literato de los que aparecían por Bandera llevando el sello inclinado hacia la izquierda en la frente, en su caso como activo miembro de la FECH, había sido el joven Romeo Murga Sierralta, asiduo cliente de la misma bohemia de Mapocho antes de partir a Quillota poco antes de su muerte en 1925 y con solo 21 años, víctima de la tuberculosis. Conoció al Teutonia como estudiante y también se reunía con Neruda y otros literatos afines en locales como este y el Zum Rhein, que también fue parte de la oferta noctámbula de calle Bandera.
Lo propio sucedería con el penquista Andrés Silva Humeres, injustamente olvidado poeta y soñador aficionado a esa vidorra de murciégalo, como testimonia Oreste Plath en sus crónicas. “Pasó por el mundo entre el vivir y el morir”, escribiría Joaquín Edwards Bello a propósito de su muerte.
Pasado el inclemente tiempo, las posiciones que asumieron en uno u otro sentido los ex camaradas de mesas y de rebeldías de la hermandad del Teutonia, especialmente en contextos como las noticias sobre el actuar de los bolcheviques en Rusia, irían rompiendo el eje magnético que mantuvo unidos a los cofrades. Más tarde, las visibles fracturas del bando republicano en la Guerra Civil Española, conflicto que fue observado con tanto entusiasmo y fantasía épica desde Chile, llevaría al distanciamiento final y a una definición precisa entre simpatías marxistas y anarquistas.
Períodos de acusaciones mutuas de traición o inconsecuencia
harían el resto de las divisiones en cuerpos sociales y disputas al seno de
algunos sindicatos, además, condenando una romántica alianza que había nacido herida de muerte.
A la sazón, aquella olvidada hermandad de intelectuales rebeldes, discutiendo más emborrachados por su propia acracia y por la fragancia de novelescas utopías que por las libaciones del Teutonia, había desaparecido por completo.
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