Sobre la bohemia diurna en Mapocho: la Asociación de Estudiantes Católicos

Fachada de la Asociación de Estudiantes Católicos en calle Rosas llegando a Morandé, en revista "Sucesos", 1917.

Puede sonar extraño, pero una de las influencias originarias de la bohemia más joven y estudiantil del clásico barrio Mapocho provino de una agrupación de carácter conservador: la Asociación de Estudiantes Católicos, cuya casa estaba en las sedes de Rosas 1165 y 1174, una enfrente de la otra y llegando a calle Morandé. La principal y más espaciosa fue la primera, vecina al alguna vez famoso Palais Hotel.

El lugar era un cómodo pensionado de los universitarios de la Universidad Católica y de algunos profesores también, fundado por iniciativa de los propios estudiantes. También fue la sede de la Federación de Estudiantes Católicos, razón por la que solía ser llamada de esta misma forma.

Fundada en el período 1914-1915 con autorización del arzobispo Juan Ignacio González, la casa del 1165, con características de club social, ocupó parte de los terrenos que habían pertenecido al convento de las monjas capuchinas, siendo organizado el proyecto por el obispo Rafael Edwards y el presbítero Samuel Valdés C., quien asumió la dirección de la misma. El establecimiento surgía con la intención de mantener un espacio de moralidad y comodidad dispuesto a los universitarios católicos y para tranquilidad de sus padres, algo que no siempre podían encontrar en otras pensiones, ya entonces famosas por sus incorrecciones y desenfrenos juveniles.

Una vez abierto, albergó a alumnos de la Universidad Católica y la Universidad del Estado, con grandes comedores, cómodos espacios interiores de descanso, un salón de billar, gimnasio, cancha de tenis, biblioteca, peluquería y un hermoso patio de jardines heredado del viejo claustro, entre muchas otras dependencias. 848 adheridos tenía la Asociación ya en 1917.

Un reportaje de la revista "Sucesos" del 23 de agosto de aquel año, describía un poco el ambiente dentro de la amplia pensión y centro estudiantil:

Últimamente hemos tenido el agrado de visitar el Pensionado Universitario. Desde el primer momento atrae la portada con su mampara de vidrios esmerilados de cierto corte aristocrático que nos habla de orden y confort en las habitaciones interiores. Un portero atento y bondadoso nos conduce a través de un "hall" embaldosado y nos introduce en una salita de espera con muebles antiguos de fina procedencia. Hay paz, ambiente de orden y buen gusto, y ese no sé qué que nos indica la solidez moral y la tranquilidad económica de los moradores.

Pocos momentos después el señor Valdés nos conduce hacia el interior del establecimiento y recorremos un pequeño patio antiguo con jardín, que nos habla de la quietud misteriosa de las mansiones patinadas por los años, y luego a un vasto claustro de convento con sus arcos macizos y sus corredores silenciosos. Por ahí transitaron durante años las enclaustradas capuchinas, las silenciosas y buenas monjas que ocultaron su espíritu de la agitación mundana, y todavía parece palpitar entre las plantas antiguas la paz y la dulzura de esas almas de renunciamiento. Ahora un espíritu nuevo ha invadido el vetusto convento. Hacia el oriente se ha demolido parte del edificio y se levantan ya nuevas murallas de cemento armado. Por ese hueco parece haber volado parte del perfume místico almacenado durante tantos años, y como que se siente el paso de las brisas exteriores cargadas con el perfume de la primavera que se acerca. En un ángulo del antiguo patio se han construido canchas de tenis para los nuevos pensionistas, los cuales, en las mañanas frías circulan sobre la mullida arena con los movimientos ágiles y las actitudes características de la juventud.

Los muchachos pensionados, todos varones y en su mayoría de provincias, alojaban en los dormitorios individuales del edificio superior. Se les prohibía reunirse allí en las piezas, pues solo podían dormir, reposar o estudiar en ellas; las salas de encuentros y tertulias estaban abajo. Algunos colaboraban como voluntarios también en un dispensario médico para atención de caridad situado en el mismo recinto, realizando labores tales como curaciones para gente pobre que se reunía en sus puertas cada mañana.

Nota de la revista "Zig-Zag" sobre el recién inaugurado pensionado universitario de calle Rosas 1165, en octubre de 1914.

Algunas dependencias del Club de los Universitarios, en revista "Sucesos", año 1917.

El cómodo comedor de la pensión universitaria, salón después usado por clubes de espectáculos y bailables allí instalados. Imagen de la revista "Sucesos", agosto de 1917.

Nota de la revista "Sucesos" sobre el pensionado, en agosto de 1917.

Hall y sala de descanso de la Federación de Estudiantes Católicos y gente esperando en las puertas para ser atendidos gratuitamente en el dispensario médico. Revista "Sucesos", 1917.

Imágenes de los pasillos, patios y cancha de tenis en Rosas 1165. Revista "Sucesos", 1917.

La tienda de don José Musa, en el zócalo del Palais Hotel, conjunto ya totalmente demolido y reemplazado por un nuevo edificio. El espacio vacío vecino a la derecha en la foto es el sitio que ocupó el pensionado de la Asociación de Estudiantes Católicos y, años después, la boîte Rancho El Rodeo.

Se procuraba que los universitarios tuvieran dentro del recinto suficientes entretenimientos y se permitía la entrada general hasta las 22.30 horas; incluso más tarde, si así lo autorizaban los padres. Por esto, tan interesante como lo que ocurría allí era lo que hacían afuera, pues su presencia se notó mucho en el barrio de Mapocho ni bien llegaron a instalarse. Esto coincidía con la apertura de algunos de los primeros locales "modernos" que serían favoritos de los estudiantes de esos años, como el Café Glanz, en la misma cuadra por la esquina de San Pablo con Bandera, o el restaurante Teutonia, en la manzana vecina.

La situación descrita se vio facilitada por la libertad que tenían los residentes: como no era un internado, podían entrar y salir cuantas veces quisieran hasta el horario nocturno señalado. No obstante, algunos podían tener restricciones de ciertas salidas e incluso ninguna autorizada fuera de sus deberes universitarios, por petición expresa de sus respectivas familias.

La presencia de los estudiantes superiores en otras pensiones del vecindario pero principalmente en la Asociación de Estudiantes Católicos, terminó aportando mucho en el rasgo de bohemia diurna adoptado con especial energía por la calle Bandera y sus adyacentes en aquellos momentos, en consecuencia. Era un carácter más sano y altruista de la recreación pero que, con el correr del tiempo, terminaría mutando inevitablemente a otro más nocturno y audaz, con la generación de las boîtes, cabarets y night clubs que abundaron en aquellas cuadras.

Algunos residentes, como el entonces joven escritor Juan Uribe-Echevarría, también se permitieron algún grado de contacto con las tentaciones bohemias más oscuras de calle Bandera, en locales como el Hércules y otro llamado Don Fausto, según recordaba Manuel Salvat Monguillot en el "Boletín de la Academia Chilena de la Historia" (año 1988). Allí, el joven investigador y cronista pudo entrar en contacto con la intelectualidad asidua a aquellos clubes de trasnochadas ya en los años treinta, en los que ya estaba presente Pablo Neruda, Tomás Lago, Alberto Rojas Jiménez, Julio Barrenechea, Andrés Sabella y varios más.

Otros residentes que quizá anduvieron en los mismos pasos fueron Hernán Godoy, profesor, sociólogo y escritor criollista, y el futuro doctor Eduardo Pereira Ramírez, entre varios nombres connotados que pasaron por la pensión.

Por otro lado, además de escuelas de música e idiomas dentro de la comunidad residente, el club universitario de Rosas era sede de la Academia Musical y Teatral de los estudiantes, dirigida inicialmente por el entonces alumno de la escuela de leyes, Hernán Cortés. Este grupo presentaba dramas y comedias en teatros obreros, haciéndose acompañar por la Orquesta de Estudiantes que solía musicalizar también fiestas y celebraciones, además de tener un coro de apoyo. La idea de los voluntarios era sacar a los trabajadores de los bares, cantinas, casas de juego y casitas de remolienda para atraerlos a diversiones más pulcras y familiares, aunque sin saber que, finalmente, estaban poniendo su parte también en el mismo ambiente de celebración nocturna que tomaba posesión del barrio. También tenían allí un Comité de Conferencias Populares dirigido en sus inicios por Samuel Díaz O., grupo que solía dar pequeñas charlas a los obreros entre las presentaciones teatrales de la Academia.

El pensionado permaneció funcionando y realizando sus labores de beneficencia allí por cerca de 20 años, hasta fines del año 1944. Las dependencias que antes parecían espaciosas y holgadas se habían vuelto pequeñas a la sazón, así que el Arzobispado de Santiago decidió trasladar el albergue hasta otra sede en Santiago, a partir del año siguiente. Aquella cuadra permaneció siendo lugar de hoteles y pensiones, por cierto, quedando algunos en actividad incluso en nuestros días.

A pesar de haber dejado la casa del ex claustro de Rosas, quedó marcada la presencia de estudiantes en el barrio de calle Bandera, extendiéndose durante todo el tiempo que duró aquella saga de bohemia y diversiones de Mapocho. Esto se vio reforzado también con la llegada de los alumnos de la Universidad de Chile al caserón de Morandé 750, primero ocupado como sede de academias deportivas y luego por la Escuela de Teatro de la casa de estudios. De hecho, los estudiantes de esta sede tenían por favorito un bar y restaurante ubicado enfrente, justo en el zócalo del Palais Hotel: el bar Olímpico.

Fagocitado por la intensa diversión del barrio, en tanto, el conjunto de Rosas 1065 pasó a ser después cuartel del dancing club Coquimbo Atacama, célebre en los años cuarenta y cincuenta por sus fiestas con asistencia de importantes autoridades y la llamada "Mesa del Recuerdo" para las celebraciones. A fines de la década, el mismo inmueble era ocupado ahora por el Club de Funcionarios de Prisiones en Retiro, llamado El Círculo de Prisiones, con presentaciones de la orquesta de Luis Aguirre Pinto en sus grandes bailables. Finalmente, llega al mismo inmueble el Rancho El Rodeo, con artistas, banquetes nocturnos y orquestas en vivo, activo aún en los años ochenta.

Un incendio acabó con el edificio de Rosas pocos años después, dejando un sitio vacío en su lugar hasta años recientes, cuando el daño producido al vecino Palais Hotel obligó a demolerlo y, de este modo, un nuevo proyecto inmobiliario allí erigido absorbió y unificó a ambas propiedades.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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