Influencia de gremio periodístico en el origen del "barrio chino" de Mapocho
Edificio del diario "La Tarde" en Bandera esquina NE con Compañía, demolido en 1965. Fue uno de los cuarteles del periodismo santiaguino que vivía la intensa bohemia de la misma calle, en el barrio de locales a pocas cuadras de allí. Imagen publicada en la revista "En Viaje".
Se hace necesario observar que otra raíz relevante en el origen del “barrio chino” de Mapocho debió haber sido aportada desde la existencia y actividad derivada de varias casas editoriales, sedes sociales y oficinas periodísticas cercanas, de un gremio tradicionalmente adicto a las atracciones bohemias, como se sabe de sobra.
Desde el cambio de siglo y como sucedía también con algunas librerías e imprentas, se venían estableciendo varios medios periodísticos en calle Bandera y sus inmediatos, partiendo hacia los inicios de la calle en el otro extremo, sobre la Alameda de las Delicias. Cronistas, reporteros, redactores y hasta fotógrafos disfrutaban en masa de aquellos placeres sencillos en barras y mesas, consagrándose como uno de los grupos más presentes y frecuentes en los boliches de Mapocho durante el apogeo del barrio, además del aporte que hicieron también estudiantes y obreros.
Algo de aquello dejó entrever, ya en su época, el sagaz Tito Mundt en “Las banderas olvidadas”. Escribe allí que unas de las primeras boîtes de Santiago fue la llamada A Guitarre, en donde se situó después una sede del Registro Electoral en calle Huérfanos entre Morandé y Teatinos. Aquel local fue muy concurrido por sus él y sus colegas. También entraba en la categoría otra pionera: la boîte África, la que estaba en Moneda casi Bandera.
El mismo escritor paseaba recuerdos, además, por el legado de empresarios nocturnos como Humberto Tobar, el dueño del Zeppelin en pleno “barrio chino”, y establecimientos El Inca de León Kotliarenko, ubicado en calle 21 de Mayo, “gran cuartel de la bohemia nocturna de Santiago en los días de la guerra”. Otros periodistas de alma bohemia, como el crítico de espectáculos Osvaldo Rakatán Muñoz, el escritor Enrique Bunster y el comentarista deportivo Renato Mister Huifa González, aportaron desde sus memorias algunos fragmentos relativos a la relación de aquel gremio con la desbordada bohemia mapochina.
El factor porteño de Bandera también adeudaba algo del material de su forja a esas presencias de hombres de comunicaciones, pues la revisión de testimonios deja confirmado que desde antes del Centenario Nacional fueron clientes y promotores circunstanciales de tales boliches entre las generaciones precursoras, sea profesionalmente o por mera recreación personal.
Si retrocedemos hasta sus inicios más distantes, vemos que en la misma calle Bandera estuvo alguna vez el cuartel del diario “La Tarde”, fundado a fines del siglo XIX por los hermanos Irarrázaval, que ocuparía una estupenda sede de dos niveles en la esquina nororiente con Compañía demolida en 1965 y reemplazada por el edificio de la Polla Chilena de Beneficencia. Hacia la esquina de Catedral, en tanto, estaban los talleres de “El Chileno”, mientras que entre Santo Domingo y Rosas los conservadores tuvieron “El Diario Popular”, editado entre 1902 y 1909. Enfrente suyo estuvo “La Unión”, que después emigró su administración a Bandera 650, circulando entre 1906 y 1920.
Hacia la Alameda, en tanto, se encontraba el diario balmacedista “Los Debates”, después reemplazado por “La Patria” y luego por “La República”, ligado a la vocería del Partido Liberal. Y en Bandera 242, en donde ahora está la Galería Alessandri, se editaba “La Libertad Electoral”. Ya en 1900, por donde hoy se ve el edificio del Banco Estado, había aparecido también la edición santiaguina de “El Mercurio”, que trasladó después sus cuarteles al famoso palacio de Compañía con Morandé, fundando en 1902 a su retoño “Las Últimas Noticias”. El famoso periódico “El Ferrocarril”, que circuló hasta 1911, también tenía su sede en calle Bandera, compartiendo dependencias con la Compañía de Seguros La Internacional.
El periodista Tito Mundt, uno de los apasionados peregrinos de la clásica bohemia santiaguina.
Osvaldo Muñoz Romero, el famoso periodista de espectáculos que firmaba como Rakatán, cuando lanzó "¡Buenas noches, Santiago!", en revista "Hoy" del año 1986. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.
Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. El edificio de dos pisos y más alto era el que alojaba originalmente a ambos establecimientos, por el costado derecho del encuadre. También se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin.
Los locales comerciales de calle Bandera, hacia 2012. Todos los que están tras la fila de árboles (de un piso) han sido demolidos. El que lleva el nombre de Aroma (tienda de perfumes) era el sitio que acogió en el pasado al cabaret y night club Zeppelin. Fuente imagen: Google Street View.
La lista se extiende en las décadas que siguen: cerca de allí, en Teatinos 666, estuvo la antigua casa de la editorial Zig-Zag, cuna de innumerables revistas chilenas; y en Morandé 767, en el zócalo de la cuadra de los hoteles, se encontraba la otrora importante Imprenta Chile, en un local que ocupó por décadas y que después sería tienda y taller de artículos de poliestireno. Varias otras imprentas funcionaron por el barrio, incluidas las que hubo en la propia calle Bandera en toda su longitud, durante un largo período. La sede del Círculo de Periodistas de Chile, además, había llegado a establecerse en Bandera 156.
La propia Estación Mapocho se sumó al intenso trabajo editorial a partir de los años treinta, al servir de sede para la revista “En Viaje”, de fuerte acento turístico y cultural. Un texto notable sobre el tema de marras pertenece a Luis Alberto Baeza y fue publicado en 1965 por aquella revista, bajo el título “La prensa santiaguina y la bohemia del 1900”. En dicho artículo, podemos leer esta interesante conclusión:
Finalizaré esos lejanos tiempos evocando al aspecto bohemio que caracterizó la vida de casi todos los hombres de prensa, tanto de intelectuales como de gente trasnochadora que, tentados por los focos de atracción y según las posibilidades económicas o facilidades de crédito, acudían a ellos. Estos centros estaban indicados como diurnos y nocturnos y a los primeros pertenecía la “Posada de Santo Domingo”, frente al templo en actual reconstrucción, frecuentada por empleados ministeriales, municipales y del comercio; “El Teutonia” con sus damas vienesas de calle Bandera, en donde se comía bien y con espléndida música por $5; “Beckert” con sus insuperables chops helados; “Copola y señora” frente al Santa Lucía, que premiaba con una botella de champaña al cliente que era capaz de comerse los guisos que figuraban en el menú, proeza que Claudio de Alas repetía cada vez que iba invitado por sus amigos; el “Huaso Adán” en Sama, hoy Avenida General Mackenna, con sus porotos con chicharrones e infaltables apiados; “La Piojera” en Zañartu al llegar a Puente, con sus plateadas y tortillas de rescoldo, local que periódicamente se convierte en secretaría demócrata; la frecuentada cocinería de “Las Tinajas” con sus cachás grandes y sus ponches de culén; “El caldo de pavo”, boliche que al amanecer entraba en competencia con los valdivianos y los caldos de cabeza del Mercado y con los pequenes picantes de la Plaza de los Moteros, sitio predilecto de bomberos y noctámbulos; “El Hoyo” en calle Sama, sitio al que era necesario descender medio metro del nivel para beber un potrillo de chacolí con panales; y “Los Guatones”, próximo a la estación Mapocho.
Así las cosas, si acaso el antiguo “barrio chino” de Mapocho no surgió como tal por alguna clase de influencia o conjuro directamente ejecutado con periodistas de la mano de tipógrafos, imprenteros, cronistas y editores que lo visitaban desde los inicios más reconocibles o antes inclusive, al menos sí hubo una presencia activa y especialmente relevante del gremio en su génesis. Y esta fue tanta o mayor que la de universitarios y trabajadores, es preciso enfatizar. Instalaron con ello una tradición indiscutible, además, que perduró por toda su buena época y con diferentes protagonistas.
Aquella relación dejó también algunos de los mejores registros de la misma saga, cuando cundían los bares y cantinas que pusieron en marcha ese carácter popular y festivo acogiendo artistas de diferentes rasgos, cual herencia de la época de ramadas, chinganas y fondas del más viejo y romántico Santiago.
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