Los orígenes de un barrio encantado

 

Vista al norponiente del barrio Mapocho y parte de la estación de ferrocarriles, hacia 1920. Se observa la antigua Plaza Venezuela, la garita Mapocho de los tranvías, el Puente de Independencia (en donde está hoy el Puente Padre Hurtado) y, al extremo derecho del encuadre, los edificios del Instituto de Higiene (hoy de la Policía de Investigaciones) y la neogótica Parroquia Carmelita del Santo Niño de Praga. Imagen del archivo fotográfico Chilectra.

Al echar cálculos por la línea de la historia, se advierte que la misteriosa y seductora calle Bandera carga historias, anecdotarios y memoriales remontados casi a “la noche de los tiempos”, usando el concepto del mundo lovecraftiano. Estudios arqueológicos e históricos recientes, como los conocidos trabajos de Rubén Stehberg y Gonzalo Sotomayor sobre el Santiago Incaico, asumen también que estaría relacionada con la continuación del primitivo y ancestral Camino de Chille, prolongación del famoso Camino del Inca en La Cañadilla, posterior avenida Independencia, ruta precolombina por la que llegaron también los conquistadores españoles y, tres siglos después, regresaron los libertadores de Chile.

Recibiendo en tiempos coloniales nombres como calle Atravesada de la Compañía, la versión más conocida explicando el título actual de Bandera dice que se debería a un vistoso pabellón chileno que el comerciante de origen español Pedro Chacón y Morales (el abuelo del héroe Arturo Prat Chacón) izó en la fachada de su tienda en el cruce de la misma calle con Huérfanos, hacia los días de la Patria Nueva. Era tan grande y admirable que la vía comenzó a ser llamada calle de la Bandera, según la teoría defendida por autores como Benjamín Vicuña Mackenna, Luis Thayer Ojeda y Sady Zañartu.

Ya a inicios del siglo XX solía hablarse de uno o más “barrios chinos” de la ribera sur del Mapocho en la prensa, por lo general con bastante desprecio o denunciando la cantidad de crímenes que se cometían por el sector del Mercado Central. Este vecindario tenía varias cantinas y pulperías disponibles para la diversión del público, pero no parece haber surgido aún por allí el ambiente que después caracterizó a la bohemia de esas mismas cuadras y de calle Bandera, principalmente. Era una expresión más rústica y de baja categoría aún la que paseaba por aquella calle y por la de San Pablo, además del contorno del río.

Es claro que el antecedente de los boliches bravos y etílicos abiertos hasta tarde ya estaba presente en el barrio a la sazón, como puede concluirse de lo anterior. Además, por algo fue que la Liga Antialcohólica eligió aquel barrio de la ribera sur del Mapocho para instalar un pequeño Salón de Refrescos Anti-Alcohol durante el verano de 1903, justo al borde del río, similar al que ya se había llevado al paseo del cerro Santa Lucía y destinado a competir ilusamente con las cantinas tradicionales. Empero, también sucedió que desaparecerían muchos de aquellos espacios, bares, edificios y hasta circos del sector adyacente al Mercado Central y a la posterior Estación Mapocho, en especial durante los preparativos de la ciudad para las celebraciones del Primer Centenario, permitiendo con ello la llegada de generaciones nuevas de ofertas recreativas, con variaciones notables también en su tipo de público.

A pesar de los cambios, sobrevivía en Mapocho muchos de sus aspectos más deplorables e indignos, como basurales horrendos cerca de la estación de trenes, cantinas inmundas y gente en situación de mendicidad revolviendo los vertederos para buscar algo útil. La revista "Zig-Zag" del 2 de febrero de 1915 publicó un fotorreportaje con aquellas tristes vistas, acompañando el texto del artículo titulado "¡Lástima que no sea verdad tanta belleza!".

Las renovaciones forzadas de Mapocho estuvieron motivadas tanto por asuntos de seguridad como por estética, entonces, al tratarse del barrio con el que se encontraban todos los visitantes de Santiago tras salir de los andenes. Se prolongaron hasta los años treinta con las grandes modificaciones viales y de cuadras en el mismo barrio, que las que fueron empujando el inicio de la otrora dominante avenida Mapocho más al poniente, al verse sobrepuesta por Balmaceda.

La consulta de planos de la ciudad durante el período se vuelve un entretenido ejercicio que va verificando los avances y cambios introducidos por los proyectos en aquellas calles y manzanas, fuera de la gran cantidad de proyectos de grandes inmuebles que siguen a la apertura de la Estación Mapocho, pero desde capitales privados. Más aún, la propia calle Bandera tuvo por largo tiempo un sentido de tránsito de norte a sur, dirección que se invirtió solo en tiempos más cercanos a nuestra época.

Empero, es difícil especificar cronológica y espacialmente cuándo o cómo comenzó a configurarse el perfil bohemio que tomó posesión de Bandera durante medio siglo o más, en la época del “barrio chino” que acá nos interesa. Por mucho que el investigador se empeñe en identificar una generación pionera de esos locales recreativos, espectáculos, clásicas “filarmónicas” y “filóricas”, dancing clubs o sólo tascas y tabernas que abrieron paso a la bohemia “moderna” del siglo XX, siempre aparecerá en una nueva consulta de archivos algún posible caso más antiguo y rústico de esta clase de diversiones por los mismos vecindarios.

Por otro lado, aunque Osvaldo Muñoz Romero acotara en “¡Buenas noches, Santiago…!” que, en rigor, la más intensa bohemia de Bandera se reducía “exclusivamente a la cuadra del ochocientos situada entre General Mackenna y San Pablo”, es evidente que la dispersión de tales espacios excedía un tanto esas fronteras, haciendo difusa el área de influencia total, de la misma manera que sucede en hoy con otras concentraciones de entretención nocturna.

Vista de la vieja calle Bandera hacia el norte. Al fondo se puede observar la silueta de la Iglesia de la Compañía de Jesús, destruida por el fatídico incendio de 1863.

Paradero de tranvías Mapocho, atrás del Mercado Central al final de calle Puente, en enero de 1935. El edificio del entonces elegante Hotel Excélsior, en donde hoy está el acceso a la Estación Metro Cal y Canto.

Edificio del diario "La Tarde" en Bandera esquina NE con Compañía, demolido en 1965. Fue uno de los cuarteles del periodismo santiaguino que vivía la intensa bohemia de la misma calle, a pocas cuadras de allí. Imagen publicada en la revista "En Viaje".

Calle San Pablo en la cuadra del 900, entre 21 de Mayo y Puente. Imagen publicada en el diario "La Nación" del 18 de septiembre de 1938.

Gran Circo Chino en Bandera con Mapocho, en aviso de prensa de febrero de 1940.

Buckingham Circus presentándose en su carpa levantada en Bandera esquina General Mackenna, en aviso de prensa del 12 de octubre de 1940.

Cabe observar, sin embargo, que las riberas del Mapocho ya tenían antecedentes tempranos de actividad recreativa popular, como fue la colonial calle de las Ramadas, actual Esmeralda, además de ferias, puestos y ranchos alegres ubicados en los paseos de los tajamares y en el sector del llamado Basural de Santo Domingo, inmunda concentración de desperdicios que acompañó a la ciudad hasta los albores de la Independencia, al final de las actuales calles Puente y 21 de Mayo. En el siglo XIX y hasta inicios del XX, además, volatines y circos fueron otra gran atracción, levantando carpas o graderías por los bordes del río. En el sector de calle Puente casi enfrente del Mercado Central, además, estaba por el año 1910 el Gran Teatro Circo Nacional, en donde estaco la Compañía Lírica Dramática Española dirigida por Juan Lampre.

Todo parece indicar que el fenómeno de la genuina bohemia “moderna” de Mapocho da sus primeros balbuceos y pasos asido de la mano de dos importantes incorporaciones en el barrio. La primera de ellas se relacionaba con la apertura del Mercado Central, conjunto arquitectónico con galpón de ferretería inaugurado en 1872 para reemplazar del ruinoso Mercado de Abastos que allí estuvo desde tiempos del gobierno de Bernardo O’Higgins, destruido después por su propia vejez y un incendio. Esto ocurrió en el mismo llano donde estuvo el descrito basural y, 100 años antes de la apertura del gran mercado, en donde se había pretendido construir también el edificio del actual Palacio de la Moneda, viéndose suspendidos los trabajos de Joaquín Toesca por la mala calidad del terreno, entre otras razones.

El moderno y europeísta nuevo centro comercial alteró el cariz del barrio y, si bien pretendió aportar elementos concebidos bajo una aspiración más refinada o aristocrática que estaban en boga por esos días (como iba a suceder también con el Parque Cousiño, la ornamentación de la Alameda y la construcción del paseo en el cerro Santa Lucía), acabó atrayendo un fenómeno popular que se hizo característico del mismo lado de Santiago. Esta influencia se vio robustecida, en cierta forma, con la canalización del río Mapocho en 1888-1891: si bien significó la destrucción de los tajamares coloniales y del Puente de Cal y Canto, permitió ampliar las avenidas en los terrenos robados al lecho e incorporar nuevos paseos, mejorando la conexión comercial con el lado chimbero, de una larga tradición nocherniega y festiva propia.

De esa manera, nuevos negocios fueron apareciendo en el renovado borde de la calle del Mapocho que corría junto al río, en lo que son hoy las avenidas Balmaceda y General Mackenna. Algunos son recordados por Lautaro García al describir aquel paisaje urbano de inicios del siglo XX, en su “Novelario del 1900”:

Pasada la calle de San Pablo, frente al Mercado Central, se alzaba solitario, con aspecto de ruina romana, un alto y grueso muro de cal y ladrillo, de unos cincuenta metros de largo. Nacía bajo, casi a ras del suelo, junto a una calleja oblicua, e iba a rematar su reciedumbre de unos diez metros de altura muy cerca de las márgenes del Mapocho. La calleja se llamaba Zañartu. ¿Fue acaso en homenaje al famoso Corregidor?, y estaba compuesta por sucios bodegones en cuyas murallas se leía: ¡¡¡Llegó la rica chicha de Quilicura!!!... ¡¡¡Aquí se vende la auténtica rubia de Curacaví!!!

-Estos son los restos del antiguo Puente de Cal y Canto -comentó mi padre, mostrando el murallón de recios ladrillos patinados-. Lo destruyeron allá por el año ochenta y ocho. Estaba tan bien construido que tuvieron que aplicarle dinamita para demolerlo.

Bordeamos la dilatada y ancha margen del río que se extendía hasta el puente de San Antonio llena de ramadas y negocios al aire libre: cocinerías parapetadas tras cuatro planchas de zinc, ventas de sandías y melones, puestos de traficantes de aves, de vendedores de hierbas medicinales, de “faltes” que exponían sus baratijas en canastos, por entre los cuales hervía el bajo pueblo. El olor de las fritangas se mezclaba con los frutales aromas de los productos de la tierra. El martillo de un herrero dominaba con su argentino son el moscardoneo de la multitud. Rachas de viento levantaban, de vez en cuando, densas polvaredas e inflaban la carpa del “Circo Ecuestre Bravo” que limitaba por el lado norte a esta abigarrada feria. Un caserío de cantinas, burdeles y “cuartos redondos”, servía de fondo al vasto y descolorido cuadro de costumbres. El “Bar Los Dos Canarios” con su piano de cuerda, la “Picantería del Norte” y la “Cantina Los Buenos Amigos”, invitaban a la clientela con sus puertas, de par en par abiertas, a que entrara “a hacer la mañana”.

Cabe señalar que por varias décadas hubo circos instalados en el barrio Mapocho, como los que llegaban a sectores como Bandera esquina Aillavilú, caso del Circo Chino en febrero de 1940. También había un terreno llano de Bandera con General Mackenna usado por carpas como la del Buckingham Circus, con una estupenda temporada en octubre del mismo año.

El segundo elemento de vital importancia para el surgimiento del “barrio chino” y su bohemia fue la Estación Mapocho, sin rango de dudas. Es el hito definitivo de esta historia, más bien: hecho detonante en las características ambientales que se apoderaron del entorno, no mucho después de las fastuosas celebraciones del Centenario Nacional, provocando una fiebre constructora y de inversión local en los años en que aún podía contarse con la prosperidad de la industria salitrera.

La ostentosa mole de diseño afrancesado, obra del insigne arquitecto Emile Jéquier, reemplazó a la antigua Estación del Mercado que se ve todavía un poco más al poniente, en el inicio del actual Parque de los Reyes, atrás del gran edificio neoclásico y barroco dominando las postales. Sumada esta presencia a las redes de tranvías con un núcleo justo enfrente del Mercado Central, si bien su determinismo no fue tan intenso como en el caso de la Estación Central de la Alameda, sí motivó o facilitó la llegada de nuevos bares, casas de comercio, restaurantes y negocios de recreación más parecidos a los de un medio portuario.


Aviso del Teatro Circo Nacional al final de calle Puente, en aviso publicado por la revista "Teatro y Letras" de abril de 1910.

Contrastes después de abierta la Estación Mapocho, en imagen de “Sucesos”, año 1914: un antiguo local comercial de adobe sobreviviente de la vieja diversión local, hacia al inicio de avenida Balmaceda (en donde estará después el edificio el Buque), y atrás el entonces moderno edificio Schwab de Bandera con Sama (General Mackenna) con la nueva propuesta recreativa que llegaba al barrio. 

Antiguo aspecto del Edificio Capuchinas, en la cuadra del 700 de calle Bandera.  Imagen publicada en revista "Auca" en 1982.

Creemos que esta imagen sería del bar y restaurante Bristol, en el zócalo del hotel del mismo nombre, tomada por el lado de avenida Balmaceda, hacia los años veinte o treinta. La entrada principal del establecimiento recreativo era por Bandera 960. Fotografía del archivo de imágenes de Chilectra.

Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. El edificio de dos pisos y más alto era el que alojaba originalmente a ambos establecimientos, por el costado derecho del encuadre. También se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin.

Los locales comerciales de calle Bandera, hacia 2012. Todos los que están tras la fila de árboles (de un nivel) fueron demolidos hacia 2017. El que lleva el nombre de Aroma (tienda de perfumes) era el sitio que acogió en el pasado al cabaret y night club Zeppelin. Fuente imagen: Google Street View.

Aquel impulso involucró también a los varios nuevos hoteles del entorno, con sus propias ofertas y atracciones culinarias o de coctelera, en muchos casos. Entre ellos aparece el Bristol Hotel, al lado de la estación; el Hotel Versailles, en Bandera frente a Aillavilú; el Hotel Príncipe o Central, en el viejo edificio que da forma a Bandera con General Mackenna; el Gran Hotel Cattani, propiedad de don José Cattani en el mismo lugar de Puente esquina Mapocho ya hacia 1918; el cercano Hotel San Felipe, favorito de los usuarios de buses; el Hotel Sama, hacia el poniente de General Mackenna cuando se llamaba aún calle Sama, en donde ahora están unos tribunales; el Excélsior Hotel, castillo con torreón y cúpula al final de Puente; el Hotel Luna Park, al otro lado del río y vecino al Teatro Balmaceda, soportando por dos décadas o más en su azotea a la publicidad luminosa de Aluminio El Mono; etc. Estos son sólo los casos tomados de entre la hotelería principal, pues habría que contar también a las varias pensiones y residenciales que llegaron a existir en el entorno, haciendo su parte por el ecosistema bohemio que imperó por décadas en todo el barrio, aparejado del progreso y desarrollo.

Todo aquello terminó de alejar de aquel sector de la ciudad el pueblerino y casi arrabalero que tuvo tras la desaparición de los antiguos paseos del tajamar y la invasión urbana de los bordes del río que siguió a su canalización. Por esta razón, en una nota con fotografías de la clásica revista “Sucesos” un articulista comentaba refiriéndose a la fiebre constructora que se había desatado en la capital, alcanzando al barrio Mapocho (“Santiago progresa”, 1916):

A pesar de la crisis comercial producida por la guerra, acaban de terminarse grandes edificios en el centro de Santiago y otros aún más soberbios estarán concluidos en un plazo próximo (…)

Las vecindades de la estación Mapocho se transforman rápidamente. En lo que era un rancherío inmundo, se alzan ahora edificios muy presentables. Todavía queda mucho por demoler, para que este sitio, que es realmente la puerta de Santiago, o lo primero que ven los extranjeros a su llegada, aparezca por lo menos limpio. La calle llamada vulgarmente de Ojo Seco (nota: o calle Sama, hoy General Mackenna) no cuadraría bien ni en una aldea de quinto orden.

Dos años después, el diario "La Nación" del viernes 3 de marzo de 1918 publicaba la lista de establecimientos considerados cantinas o de segundo orden, autorizados por la Municipalidad de Santiago en la primera comuna, confirmando la presencia de varios locales recreativos en aquel primitivo "barrio chino" y sus inmediatos (ocupando espacios que ya estaban desapareciendo, en varios casos), inscritos a nombre de los siguientes comerciantes:

  • Miguel Léctora Sanguinetti, Sama (hoy General Mackenna) 1022, cantina.

  • Teresa Cárdenas Voga, Bandera 880, cantina.

  • Alejandrina de la Fuente Bastías, Bandera 879, cantina.

  • José Galaz Pino, Bandera 959, cantina.

  • Juan Serra Faccioli (patente a nombre de Federico Fazzini), Puente 880, cantina.

  • Carlos Thessa y Cía, San Pablo 1066, hotel con restaurante.

  • Sebastián Vives Vives, Zañartu (hoy Aillavilú) 1047 y Puente 836, restaurantes con cantina.

  • Líndor Gálvez Jara, Zañartu 1026, restaurante con cantina.

  • Carlos Sánchez Zamora, Zañartu 1044, hotel con restaurante.

  • Joaquín Sala Renán, Mapocho (hoy Ismael Valdés Vergara) 1132, restaurante con cantina.

  • Germán Bécker y Cía, Bandera 843, restaurante con cantina.

  • Ignacio Nieto Gil, Bandera 896, hotel con restaurante.

  • Carlos Luppi Vergara, Bandera 960, restaurante con cantina.

  • Fernando Scacabarozzi y Cía., Puente 742, restaurante con cantina.

  • Ana Stuardi Bay, Puente 764, hotel con restaurante.

  • Donato Cortese Yamuzzi, Puente 780, restaurante con cantina.

  • Josefa Descarrega Capiatín, Puente 834, restaurante con cantina.

  • Juan Guichón Navois, Puente 840, restaurante con cantina.

  • Juan Valor Meca, Puente 886, restaurante con cantina.

Hay muchos otros ejemplos valiosos dejando en evidencia toda aquella intensa actividad hotelera, comercial, cultural, recreativa y residencial llegada en un breve eslabón de tiempo hasta aquellas manzanas, pero con los nombrados hasta este punto, más los que iremos detallando y correspondientes a los casos mejor documentados, se grafica suficientemente la intensidad que alcanzó la misma.

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© Cristian “Criss” Salazar N. Los contenidos de este sitio están basados en las obras de investigación del autor tituladas "LA BANDERA DE LA BOHEMIA. Recuerdos de trasnoche en el 'barrio chino' de Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual Nº 2022-A-3489) y "LA VIDA EN LAS RIBERAS. Crónicas de las especies extintas del barrio Mapocho" (Registro de Propiedad Intelectual N° 2024-A-1723).

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